Synecdoche New York. Todas las vidas, mi vida

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

Las pesadillas y los sueños de un artista

Film del guionista de ¿Quieres ser John Malkovich?

Entre las pesadillas y el mundo real, en ese reino brumoso, condensado y desplazado de los sueños freudianos transcurre la ópera prima de Charlie Kaufman. El guionista de ¿Quieres ser John Malkovich? y Eterno resplandor de una mente sin recuerdos trasladó de aquellos trabajos a ésta historia el denso aire melancólico, el humor nacido de la más desesperada angustia existencial y sus preocupaciones sobre el sentido y objetivo del arte pero esta vez sin contar con un director que frenara sus impulsos narrativos.

Ahora, en lugar de confiarle su historia a Spike Jonze o Michel Gondry, Kaufman decidió contarla él mismo. El resultado es exitoso tanto en su gigantesca ambición como en su microscópica atención al detalle de cada plano, cada diálogo y cada sonido en pantalla.

Como las bellas y minúsculas obras de arte que crea la esposa del protagonista, este film requiere de una mirada atenta y concentrada, aun en esos pasajes en que parece querer abarcar el mundo entero mostrando sólo una de sus muchas partes. Y a uno de sus más conflictuados habitantes: se trata de Caden Cotard, un dramaturgo y director teatral interpretado por Philip Seymour Hoffman con la suficiente cantidad de pesimismo y neurosis como para provocar que su esposa, la artista plástica Adele Lack (Catherine Keener) confiese a su terapeuta -la siempre maravillosa Hope Davis- que a veces fantasea con la muerte de su marido para poder ser libre.

Allí está la pareja en un principio compartiendo una casa como cordiales extraños con una pequeña hija y gigantes resentimientos en común. Con una obra a punto de estrenarse, una versión de Muerte de un viajante de Arthur Miller que provoca una mueca de disgusto en Adele, Caden empieza a sufrir extraños síntomas de enfermedades que podrían ser tanto reales como imaginarias.

Esa atmósfera de irrealidad es la columna vertebral de este film en dos actos. El primero termina cuando el protagonista es abandonado por su mujer, que se lleva a su hija a Berlín para convertirse en una estrella en alemán y al mismo tiempo -aunque la sucesión cronológica aquí es más intermitente que lineal-, gana una beca "para genios" que le permitirá alcanzar la gloria creativa.

Allí comienza entonces la segunda parte de la historia, con el dramaturgo penando la pérdida de Hazel, esa mujer misteriosa que vive en una casa en permanente estado de incendio -interpretada con una naturalidad cercana a la perfección por la británica Samantha Morton-y armando una réplica de Manhattan y la vida de sus habitantes en busca de la verdad artística.

Como un juego de muñecas rusas al infinito, la obra de Caden crece y se repite sin fecha de estreno ni público. Un sueño obsesivo y megalómano, tan pretencioso como confuso y emocionante. Algo similar a lo que provoca este film que narra una vida trágica, conmovedora, ridícula, como si a través de ella estuviera contándolas todas.