Surveillance

Crítica de Diego Batlle - La Nación

El placer por los extremos

Una road movie desquiciada de Jennifer Lynch, que se acerca al gore y al trash

Luego del fracaso artístico y comercial de Boxing Helena , Jennifer Chambers Lynch se tomó 15 años para rodar su segundo largometraje, Surveillance . Con el mismo espíritu provocador y redoblando la apuesta por los extremos (hay aquí todo tipo de excesos y, además, en grandes cantidades), la hija del venerado David Lynch construye una película más tensa y poderosa que su ópera prima, pero en muchos pasajes cae en la explotación gratuita y caprichosa de las peores miserias de sus criaturas.

En Surveillance no hay personajes capaces de generar en el espectador un mínimo de empatía o identificación. Todos (policías y asesinos seriales, turistas y drogadictos) son seres dominados por sus traumas y despiadados para con sus semejantes. El único, mínimo rasgo de humanidad está puesto en una hermosa niña rubia que parece comprender las cosas mucho mejor que los adultos, pero que también presenta unos cuantos rasgos "monstruosos".

Con elementos, locaciones y personajes que remiten al cine de los hermanos Coen y, claro, al de su padre (aquí coproductor), Jennifer Lynch ofrece una road movie desquiciada, con un amor obsesivo (entre Bill Pullman y Julia Ormond) como eje, pero también con baños de sangre, torturas, perversiones sexuales y todo tipo de bajezas humanas.

Lo hace, es cierto, con algún talento para la puesta en escena y no poca capacidad para la narración. El problema es que, más allá de la fuerza o creatividad que pueda haber en sus imágenes, el contenido -por momentos muy cerca de los extremos del trash y del gore- resulta una mera apuesta por el escándalo sin demasiado sustento ni justificación. Así, esta acumulación de crueldades y de cadáveres deriva -paradójicamente- en un film bastante hueco y artificial.