Sucker Punch: Mundo Surreal

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Con películas como 300 , Watchmen - Los vigilantes y Ga'Hoole: La leyenda de los guardianes , el director Zack Snyder ya había demostrado su predilección por el género fantástico a propulsión de efectos visuales, la violencia estilizada, la estética de cómic y el espíritu pop.

Pero si en sus anteriores films (incluida la remake de El amanecer de los muertos ) había una estructura narrativa más o menos sólida que contenía el despliegue (por momentos lleno de talento para la puesta en escena, en otros demasiado "pirotécnico") del realizador, en Sucker Punch la premisa es por demás endeble y, por lo tanto, el portentoso despliegue visual se parece demasiado a un regodeo narcisista, a un artificio caprichoso, a una cáscara que trata de disimular el vacío interior.

Aquí, más que una historia (elemental y banal como pocas), hay elementos, personajes y situaciones que se acumulan sin demasiado sentido: hay chicas muy bellas con ropa ajustada que se conocen en? un neuropsiquiátrico y se enfrentan a hombres (feos, sucios y/o malos) que las someten a todo tipo de bajezas y hay un juego pendular entre la realidad (el encierro) y la ficción (los sueños épicos, "liberadores") de la protagonista (Emily Browning). Así, mientras en el hospital está a punto de sufrir una lobotomía, en las secuencias oníricas, la atribulada Baby Doll se convierte en una heroína vengadora que lidera un grupo de intrépidas chicas expertas en artes marciales, armas y explosivos (por allí aparecen Abbie Cornish, Jamie Chung y Jena Malone y hasta Vanessa Hudgens, la Gabriella de High School Musical ).

El film maneja elementos que remiten a otros trabajos sobre la locura ( Inocencia interrumpida, La isla siniestra ), aunque por momentos parece ser la tarantiniana saga de Kill Bill la principal referencia y fuente de inspiración, mientras que no pocos harán comparaciones con la reciente El origen . A todo esto, Snyder le agrega a un diseño retrofuturista (la acción principal transcurre en los años 50, pero la película apela todo el tiempo -incluso desde la música- a un posmoderno anacronismo).

Con una edición a puro vértigo -heredera de un lenguaje que ya ni siquiera el videoclip ni la publicidad explotan demasiado-, este patchwork visual y narrativo resulta en sus casi dos horas bastante solemne (ni siquiera hay un humor irónico), confuso y tortuoso. Esperemos que Snyder recupere el rumbo en la vuelta de Superman a la pantalla grande que lo tendrá como principal responsable en poco tiempo más.