Suburbicon: bienvenidos al paraíso

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

Genealogía de la inseguridad

En su regreso a la dirección, el realizador norteamericano George Clooney (Good Night, and Good Luck, 2005) se nutre de un guion a la medida de sus pretensiones y obsesiones idiosincráticas en colaboración junto a los hermanos Ethan y Joel Coen (Inside Llewyn Davis, 2013) y Grant Heslov (The Ides of March, 2011) para crear una obra sobre la ambición, el amor, la discriminación y la inclusión, cual friso significativo de una época al borde de un estallido social y cambios radicales.

Suburbicon: Bienvenido al Paraíso (Suburbicon, 2017) narra dos historias interconectadas por el contexto social de los suburbios de la década del cincuenta en una ciudad ficticia de Estados Unidos. En la historia principal, un niño, Nicky (Noah Jupe), es víctima de la avaricia despiadada de su padre, Gardner (Matt Damon), un ejecutivo ejemplar y de su tía Margaret (Julianne Moore). De a poco el film se va tornando una obra de suspenso noir en la que la madre del niño, Rose (Julianne Moore), hermana gemela de Margaret, es asesinada por dos hombres que irrumpen en la tranquilidad del suburbio para aterrorizar a la familia. El niño rápidamente se da cuenta de que su padre y su tía parecen demasiado cómodos con la nueva situación, pero el improvisado plan de Gardner se complica debido a sus falencias y lo que creía que era una estafa perfecta se transforma en una pesadilla sangrienta. En medio de esta situación, una familia afroamericana, los Mayers, se muda al lado y comienza una amistad entre el hijo de la pareja, Andy, y Nicky, pero la inclusión se hace cada vez más lejana cuando en el supermercado se niegan a venderles y comienza una vigilancia que se transforma en vigilia por parte de los racistas y supremacistas blancos del barrio.

De esta forma las dos historias se mezclan como dos caras de la sociedad estadounidense al igual que los tonos, que oscilan entre el suspenso y la comedia mordaz, creando una obra que combina realismo caustico con enajenación social para envolver a los personajes en una violencia cotidiana que crece hasta hacerse insoportable.

Más allá de las extraordinarias actuaciones de todo elenco que fluctúan entre la circunspección y el histrionismo, del ingenioso guion de los hermanos Coen, de la maravillosa y cándida dirección de Clooney, y de la delicadeza de la fotografía de Robert Elswit (There Will Be Blood, 2007), la gran protagonista del film es la música del compositor Alexandre Desplat (The Tree of Life, 2011) que sacude la pantalla como un estruendo que se apodera de las escenas para conferirles un significado perturbador.

Clooney busca así en su nueva obra ofrecer otro capítulo sobre las contradicciones del sueño americano al igual que en el resto de sus films creando un clima de época reconocible por un lado pero capaz de romper con las idealizaciones de los imaginarios del período a través de la combinación entre suspenso y desconcierto. De esta forma, Clooney profundiza en el surgimiento en su país de uno de los conceptos más problemáticos y conflictivos en la actualidad para el discurso progresista, el de inseguridad, como paranoia y sensación que persigue cual fantasma a una clase media que no puede escapar de las contradicciones sociales de la ciudad a pesar de sus vanos intentos por huir de su propia oscuridad.