Suburbicon: bienvenidos al paraíso

Crítica de Benjamín Harguindey - EscribiendoCine

Esquizofrenia cinematográfica

Suburbicon: Bienvenidos al paraíso (Suburbicon, 2017) son dos películas en una y una no tiene nada que ver con la otra. Una es un thriller criminal con resabios de humor negro, la otra un drama histórico que trata temas como el racismo y hostigamiento social.

La conexión entre ambas historias es puramente contextual, pues ambas transcurren en casas vecinas, ambas ubicadas en el utópico pueblo “Suburbicon” a fines de los ‘50s. Mientras en una de ellas se desenvuelve un crimen nefasto, el pueblo hostiga vilmente a los ocupantes de la casa vecina. Porque los de la primera son blancos y los de la segunda son negros.

La trama está acreditada a George Clooney (quien además dirige), su colaborador Grant Heslov y los mismísimos hermanos Joel y Ethan Coen. Los Coen supuestamente escribieron el guión circa fines de los ‘80s, a la altura de sus primeras incursiones noir, y décadas más tarde hicieron entrega de su guión a Clooney y Heslov. Es fácil imaginar que los hermanos escribieron algo parecido a sus futuras películas - Fargo (1996) y El hombre que nunca estuvo (The Man Who Wasn’t There, 2001) por sobre todo - y Clooney decidió forzar el componente de crítica social.

“Forzar” es la palabra correcta. “Suburbicon”, así como se presenta en el cine, fuerza su crítica y mensaje moralizante en una historia que no tiene nada que ver esas cuestiones.

La casa del crimen en cuestión pertenece a Gardner Lodge (Matt Damon), que una noche es invadida por dos ladrones que drogan con cloroformo a su esposa y su cuñada (ambas interpretadas por Julianne Moore) y a su hijo Nicky (Noah Jupe). La esposa muere en consecuencia, y la cuñada toma su lugar como matriarca. La vida continúa con normalidad hasta que el pequeño Nicky comienza a descubrir implicaciones sospechosas en el crimen. A eso se suma una investigación policíaca de rutina, la reaparición de los criminales, y a la puerta llega incluso un flamante investigador de seguros (Oscar Isaac), como la buena tradición del género demanda.

Mientras tanto en la casa de al lado, los afroamericanos Mayers sufren el hostigamiento de todo el pueblo, el cual rehúsa servir a la familia y asedia día y noche la casa con cánticos racistas. Las escenas por sí solas poseen un poder innegable, pero al lado de lo que evidentemente es la trama central de la película carecen de importancia. Los Mayers jamás registran como personajes, y nada de lo que ocurre en una casa afecta a la otra. El plano final de la película intenta reconciliar ambas tramas como quien hace un balance sabio, pero lo cierto es que la ironía del “racismo enceguecedor” es obvia desde el principio y por lo tanto carece de impacto.

Suburbicon: Bienvenidos al paraíso es predecible, desenfocada y torpemente armada. También es sumamente entretenida - es un placer ver cómo las cosas se complican en una película repleta de personajes antipáticos -, está bien actuada y goza de un excelente casting, sobre todo para los papeles menores o secundarios: los dos criminales son a la vez mezquinos y peligrosos, y en el papel de Nicky Noah Jupe es menos como uno de aquellos aventureros spielbergianos y más como un chico genuinamente aterrado por lo que descubre. Si tan sólo los Coen hubieran dirigido.