Stefan Zweig: adiós a Europa

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Desde la isla de los intelectuales

Dentro de un registro narrativo que se mueve cómodo en la frontera entre la ficción y el documental, Stefan Zweig: Adiós a Europa (Stefan Zweig: Farewell to Europe, 2016) es una bienvenida rareza para lo que suele ser el cine contemporáneo, tanto por la perspectiva retórica mencionada como por el mismo tópico que se propone desarrollar, el exilio a lo largo de América del escritor austríaco del título, una de las figuras más importantes de la literatura de la primera mitad del Siglo XX que paulatinamente cayó en el olvido durante las décadas posteriores y que recientemente fue rescatado por Wes Anderson, quien se inspiró en varias de sus novelas para crear la extraordinaria El Gran Hotel Budapest (The Grand Budapest Hotel, 2014). La alemana Maria Schrader, en esencia una actriz aquí reconvertida en directora y guionista, encara el trabajo desde una concepción despojada de música incidental, con largas escenas dialogadas de impronta teatral, un montaje de cortes tajantes, un excelente desempeño actoral y una serie de intercambios entre los personajes que analizan las dimensiones política, social y filosófica del ideario de Zweig y su tiempo.

Bajo la sombra primero del nazismo y de la Segunda Guerra Mundial después, el hombre iniciaría un ciclo de viajes y conferencias que lo llevarían a diferentes puntos del continente desde la segunda mitad de la década del 30 hasta su suicidio el 22 de febrero de 1942 en Brasil, país del que se había enamorado en sus últimos años y que consideraba la “tierra del futuro” en contraposición a una Europa que pensó irremediablemente condenada a muerte por la expansión y triunfos del fascismo. De hecho, la película está dividida en cuatro capítulos, los cuales se desarrollan en Buenos Aires en septiembre de 1936, el Estado de Bahía en enero de 1941, New York en enero de 1941 y Petrópolis en noviembre de 1941, y un epílogo que nos vuelve a situar en Petrópolis aunque ahora en febrero de 1942, momento de la trágica decisión final. El encargado de interpretar a Zweig es el medido Josef Hader, un actor que se luce transmitiendo el sutil desagrado del escritor ante la catarata de elogios, celebraciones y homenajes que recibió por parte de las autoridades de las distintas naciones y/ o distritos por los que pasó, ya que consideraba que el reconocimiento era pura vanidad.

En consonancia con lo anterior, el film funciona más como un retrato del Zweig activista político que del vinculado profesionalmente a la literatura y el periodismo, porque lo que subraya Schrader es la negativa del protagonista a condenar a Alemania como país en su conjunto y a la distancia, algo que vivían haciendo los reporteros y dirigentes del momento en pos de generar polémicas baratas o embanderarse en causas que no conocían de primera mano y que manipulaban bajo el triste halo del eslogan propagandístico. Precisamente, Zweig desconfiaba de la política ya que traiciona a la justicia al desvirtuar la palabra y el sentido intrínseco de los debates, en cambio ser un intelectual -como él mismo se definía- significa construir caminos para el entendimiento entre compañeros y adversarios con el objetivo manifiesto de ser justo y piadoso. El apartidismo, la tolerancia y el antibelicismo son los otros ingredientes de su doctrina, en especial el último porque el austríaco fue una de las primeras voces que se alzó contra la posibilidad de una guerra en Europa en tiempos en los que el conflicto parecía inevitable y para colmo se lo solía sopesar como una de las manifestaciones más “gloriosas” de la historia humana en función de su capacidad para generar cambios (delirio, depredación y genocidios de por medio, hoy podríamos agregar).

Sirviéndose de encuentros y conversaciones con periodistas, colegas escritores, testaferros de los gobiernos de turno, los funcionarios en sí, su esposa y ex secretaria Elisabet Charlotte Altmann (Aenne Schwarz), su ex Friderike Maria von Winternitz (interpretada por la maravillosa Barbara Sukowa) y algún que otro amigo o fan circunstancial, Stefan Zweig: Adiós a Europa retoma además otra de las temáticas predilectas de las propuestas centradas en la Segunda Guerra Mundial, léase los exiliados y refugiados en general por el avance de las dictaduras y los enfrentamientos en los países del viejo continente (Zweig constantemente recibía pedidos de auxilio de allegados o desconocidos que trataba de resolver mediante sus contactos en las delegaciones culturales y las administraciones de las naciones que recorría, sobre todo viabilizando visas y solventando a los expatriados). El muy interesante opus de Schrader tampoco ahorra dardos camuflados contra el protagonista relacionados con el hecho de que el buen pasar económico de su familia le permitió llevar una vida de trotamundos y mantener cierta independencia ideológica que podía llegar a confundirse con cobardía o hasta egocentrismo pasivo disimulado, acorde con una timidez homologada a la defensa de su isla como artista, alejada de las miserias del todo social…