Star Wars: Los últimos Jedi

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

La repetición y la nostalgia prefabricadas

La nueva entrega de la saga de Star Wars, Los Últimos Jedi (The Last Jedi, 2017) continúa con el acento nostálgico en clave de remake iniciado con El Despertar de la Fuerza (The Force Awakens, 2015), el opus dirigido por el realizador neoyorkino J.J. Abrams (Super 8, 2011). Si esta última era un intento de seguir al pie de la letra el relato de Una Nueva Esperanza (A New Hope, 1977), de George Lucas (American Graffiti, 1973), la primera entrega de la saga inspirada en el film de Akira Kurosawa The Hidden Fortress (Kakushi-toride no san-akunin) y en las ideas sobre el mito y la figura del héroe mitológico expuestas por en la obra del escritor y experto en mitología comparada Joseph Campbell, Los Últimos Jedi remite directamente también al segundo episodio, El Imperio Contraataca (The Empire Strikes Back, 1980), dirigida por Irvin Kershner (Robocop 2, 1990)

Dirigida en esta oportunidad por el realizador norteamericano Rian Johnson (Looper, 2012), la segunda parte de la nueva trilogía de la saga creada por George Lucas sigue el encuentro entre Rey (Daisy Ridley), una joven aspirante a Jedi recientemente unida a la Resistencia comandada por la Princesa Leia (Carrie Fisher) y el legendario maestro Jedi y hermano de Leia, Luke Skywalker (Mark Hamill), convertido en un anciano ermitaño recluido en un antiguo templo Jedi en un planeta remoto que guarda incunables de la cuasi extinguida orden religiosa. Mientras Rey intenta convencer a Skywalker de regresar con ella para impulsar y fortalecer la Resistencia contra La Primera Orden, un grupo armado que busca destruir a la República Galáctica e instaurar otro Imperio bajo las órdenes del Líder Supremo Snoke (Andy Serkis), los últimos sobrevivientes de la Resistencia intentan escapar de los ataques conjuntos del General Hux (Domhnall Gleeson) y de Kylo Ren (Adam Driver).

En consonancia con los tres episodios iniciados con La Amenaza Fantasma (The Phantom Menace, 1999) la cuestión de la relación entre la guerra, el lucro capitalista, la política y la situación social es utilizada por el opus de Johnson para realizar una crítica sobre el apoyo de los grandes capitalistas galácticos al conflicto armado entre La Primera Orden y la Resistencia como una denuncia de los negociados que se realizan durante las guerras, épocas de grandes oportunidades para los rapaces mercaderes de la vida y la muerte. En este sentido, el film mantiene las ideas de la resistencia a los abusos de autoridad, las dictaduras y el imperialismo, resaltando a su vez la importancia de la entrega y el sacrificio personal, el heroísmo y el equilibrio entre la valentía, la preparación, la habilidad, la mesura y el análisis y la planificación antes de tomar decisiones importantes.

Con diálogos demasiado pobres, escenas que no convencen o incluso resultan ridículas, demasiada confusión, ideas sin pulir y una intención exagerada y desatinada de nunca abandonar las analogías constantes con El Imperio Contraataca el guion de Los Últimos Jedi es una de las características más flojas del opus de Rian Johnson. Teniendo en cuenta que El Imperio Contraataca es uno de los mejores films de la saga, sino el mejor, dada la complejidad de su relato, Los Últimos Jedi ni siquiera sale bien parada de la comparación en relación al sentido de aventura y asombro, la construcción de la traición y principalmente la empatía con los personajes. Uno de los principales problemas del relato es su similitud a los nuevos juegos de computadora sobre Star Wars que lanzó a lo largo de los años Lucas Arts, la empresa de George Lucas, con diálogos pueriles que buscan poner en primer plano las dicotomías en las elecciones personales que van marcando las tendencias hacía el bien o hacía el mal de los personajes con el fin de satisfacer a todos los públicos como si un film fuera un producto de un estudio de mercadotecnia o de un grupo de jugadores.

Si el protagonismo de Hamill está absolutamente justificado el de Fisher es completamente injustificado e innecesario teniendo a Laura Dern como reemplazante natural, a una catarata de personajes buscando más protagonismo para explicar su lugar en la narración y una necesidad acuciante de más escenas que argumenten el desarrollo de los acontecimientos. La fotografía de Steve Yedlin (Brick, 2005) busca confrontar y combinar escenas panorámicas con primeros planos que buscan exaltar las emociones y resaltar la labor tanto del departamento artístico en las coreografías y la elaborada arquitectura de los sets como el de efectos especiales. La música de John Williams sigue siendo un fantasma de las composiciones de las tres primeras entregas de la saga respetando a rajatabla los leitmotiv para crear turbación, desconcierto y añoranza de las sensaciones que generaban los primeros films de la saga, destacando la impresiones redundantes que apuntan más hacía la farsa que hacía la tragedia.

En este sentido el film propone producir emociones, presentar nuevos simpáticos seres, proveer información relevante aplicable a toda la saga y hasta filosofar sobre la fuerza en un convite para todos los públicos posibles con la finalidad de dejar a todos conformes pero sin realmente crear nada ni ofrecer nada. Por otro lado, si en las escenas más importantes, donde los primeros tres films combinaban una narración fantástica con acción y ciencia ficción de gran vuelo que elevó la calidad del género y caló hondo en la cultura pop global, aquí solo hay repetición y fallas múltiples producto de la búsqueda de la utilidad financiera por parte de una junta de gerentes analizando hojas de cálculo más que de artistas o artesanos realizando una obra de arte industrial. Esto no quita que la labor de dirección de Rian Johnson sea impecable, lo que constituye a la postre una obra despareja, con claroscuros, gran dramatismo, escenas memorables, detalles para los fanáticos y largos pasajes intrascendentes que colocan a la nueva saga como una obra representativa de una época de contradicciones donde la ganancia no se mide por la calidad ni por la perdurabilidad sino por la instantaneidad fugaz que se evapora al salir de la sala. Mientras tanto la sorpresa desaparece y cada espectador obtiene de Los Últimos Jedi la cuota de entretenimiento que fue a buscar. El negocio puede continuar y la nave va.