Spencer

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

FAST FOOD NATION

No deja de haber algo interesante en el uso que hace el chileno Pablo Larraín de las biografías cinematográficas. Alejándose del estilo más wikipedístico, que acopia y amontona eventos históricos obvios para demostrar un conocimiento básico de cultura general, lo que hace es interpretar al personaje. Lo hizo con Pablo Neruda, también con Jackie Kennedy y ahora su nuevo foco es Diana Spencer, la trágica princesa británica muerta en los 90’s, uno de los eventos mediáticos a nivel global de aquellos tiempos. Es decir, en Spencer no vamos a ver un recorrido de cómo Lady Di llegó a la Corona y cómo fue el fatal desenlace de su historia, sino que nos vamos a encontrar con una historia ceñida a un par de días en los que la familia se reúne a celebrar la Nochebuena y la Navidad. Ese evento social, sus rituales obligados, sirven al director para sintetizar al personaje y su drama personal: el de quien no se encuentra en el entorno que le toca habitar. Hay otra decisión interesante de Larraín: elige el tono de un cuento de terror.

Ahora bien, el problema del cine de Larraín es que no alcanzan las formas que uno elige, sino que importa también qué decide hacer uno con eso. Y a Larraín lo puede siempre el exhibicionismo, el mostrar en cada movimiento de cámara y en cada decisión de montaje su presencia; en atosigar el plano de detalles hasta caer en un barroquismo agotador. Exhibicionismo que, seamos honestos, comparte y socializa con sus intérpretes: así como Jackie era un vehículo repleto de mohines para que Natalie Portman se gane el Oscar, Spencer es otra apuesta para que Kristen Stewart alcance el prestigio que algunos intérpretes evidentemente necesitan. Una presencia repleta de tics y gestos ampulosos. Porque Larraín no termina nunca por construir un personaje, sino que lo que hace es de alguna forma lo mismo que la realeza -según denuncia su película- hizo con la pobre Diana y con cualquier persona que termina ahí dentro: convertirla en un símbolo.

Ese símbolo que edifica Larraín es el de la mujer que no puede decidir su destino sino que es víctima de un entorno que la condiciona. Y esos condicionamientos son expresados cinematográficos, como decíamos anteriormente, con el tono del relato de terror; que hasta podría ser una relectura de la Rebecca de Hitchcock si pensamos en cómo esa mujer se agobia hasta la locura entre las paredes de una mansión que la aprisiona. Y si esto es terror, y un poquitín gótico, claro que hay en Spencer fantasmas, como el de Ana Bolena, en un paralelismo simplista con el que Larraín parece querer congraciarse con la agenda actual de temas del cine mainstream. Pero si de congraciarse con la platea hablamos, el final es uno de los más demagógicos que recuerde en el cine contemporáneo. En una secuencia que rompe con la estética que la película venía sosteniendo hasta entonces, cambiando la música clásica por la pegadiza canción ochentosa All I need is a miracle de Mike + The Mechanics, Larraín representa la liberación final de Diana almorzando comida rápida en un Kentucky Fried Chicken con los hijos. Larraín decide entonces finalizar su película con un gesto chanta, algo que termina por despejar las dudas sobre sus intenciones. Que no deja de ser algo típico de estos artistas palaciegos como Larraín, que recorren festivales de cine cinco estrellas y ceremonias de premios engoladas con cenas de varios cubiertos, mientras creen burlarse de ese mundo elevado del que no pueden ser otra cosa que parte.