Space Jam: Una nueva era

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

No fue únicamente la búsqueda de la gloria deportiva lo que llevó a LeBron James a fichar por Los Angeles Lakers, durante la off season de la campaña 2018-2019. Sus negocios en el mundo cinematográfico lo acercaron a la meca Hollywoodense, en cercanía geográfica de una de las franquicias más exitosas en la historia de la NBA. LeBron sabía de su potencial en el celuloide.

La secuela de “Space Jam” fue un proyecto demorado por la contingencia pandémica y un objetivo muy personal que ‘El Rey’ James se trajera entre manos desde hace años. Otro eslabón que se agrega a la interminable cadena de hitos que pretenden emular las andanzas deportivas (y extra deportivas) de su admirado Michael Jordan. El tránsito del estelar LeBron por la gran pantalla no es una novedad, hace algunos años protagonizó la comedia “Trainwreck” (2015, en tiempos de Cleveland Cavaliers). Aquí, junto a la grata compañía de los Looney Tunes (la serie creada por Warner Bros. en 1940), lleva su quimera hacia terrenos más ambiciosos.

Para quienes crecimos viendo en una sala de cine la “Space Jam” original, y luego coleccionándola en imperecedero VHS, el presente estreno posee un condimento extra más allá del espectáculo visual en sí: estar a la altura de un ícono del cine juvenil de los años ’90. El magnetismo y el carisma de una personalidad arrolladora como la de Michael Jordan convirtió a aquella película en un fenómeno cultural. Jamás el básquetbol y los mundos de ensueño del género infantil cruzaron sus caminos de forma más fabulosa. Poco rastro queda, de aquel fulgor aquí.

Si a mediados de los ’90 el auge tecnológico hacía convivir, en un rectángulo de juego, a Bugs Bunny junto a MJ, rastros de historias de carne y hueso prevalecían, en el espíritu de competitividad y en la esencia del juego en equipo. A ‘Su Majestad’ lo acompañaban grandes figuras de la NBA de aquellos años, rivales en la competencia y compinches fuera de ella: Patrick Ewing, Charles Barkley, Shawn Bradley, Mugssy Bogues, Larry Johnson y Larry Bird. Un auténtico all star. Inclusive, la película daba un giro de metaficción para bromear acerca del inminente retorno a la práctica deportiva por parte de Mike, retirado prematuramente en 1993.

La nostalgia no nos engaña. Dos décadas y media después, no hay rastros de aquel aura de pureza y frescura. Inmersa en una era ultra digitalizada, la renacida “Space Jam” es hija de su tiempo. Pantallas que proyectan pantallas, consolas que reemplazan todo factor humano incidente, recreación computarizada y vida posible en una matriz cibernética. Sin atisbos de un juego medianamente tomado en serio, las hazañas acometidas se remiten a un cúmulo de destrezas dignas de superhéroes de otra galaxia y con la mínima intención de practicar baloncesto.

Los rostros familiares que acompañan a Bron también perdieron su condición humana: las facciones de Anthony Davis, Damian Lillard, Draymond Green y Klay Thompson se perdieron tras el maquillaje virtual. Un amoral y robótico Don Cheadle busca aportar algo de color sin hacer el ridículo. La estrella central del banquete animado sabe de memoria su papel: es tan magnífico dentro de la cancha como hombre de familia fuera de ella. La aventura pergeñada por Malcolm Lee se disfruta con liviandad. James, marketinero rostro de la NBA del nuevo milenio, merecía mejor suerte. Algunos guiños al ámbito del baloncesto serán comprendidos solo por fieles entendidos. La canasta final encestada coloca el resultado final en el lugar esperado. No hubiéramos resistido un overtime. El sabor es insuficiente y chato. La evolución gamer. El chip implantado. No resiste análisis. Balón dividido.