Somos una familia

Crítica de Guillermo Colantonio - Fancinema

EL CAPITAL MUEVE MONTAÑAS

Jean-Paul Rappeneau ha vuelto (“el que se va sin que lo echen…”). Y su regreso, tras doce años, es con una comedia coral protagonizada con actores de primera, los cuales se disfrutan más que la película misma, un exponente “de calidad”, de aquellos que los críticos franceses de los sesenta hubieran destruido en menos de cinco minutos.

La trama gira en torno a Jerome (Mathieu Amalric), un inversionista que viene de Shanghái a Inglaterra con su bonita novia asiática para una reunión de negocios, previo paso por París, lo que implica una obligada visita a la madre. La primera reunión rompe el equilibrio emotivo, pero distante, apenas surgen los asuntos financieros. Se sabe: en esta clase de familias es el tema que desvela. La mansión de la infancia va a venderse para ser demolida, hecho que provoca la reacción de Jerome, quien termina peleando con su hermano de manera grotesca al grito de “niños, basta” de la madre. La infantil contienda de dos adultos consentidos es el punto de arranque para las diferentes peleas venideras.

Cuando comienza a averiguar en qué estado está la situación, Jerome se topa con la familia de su padre ya fallecido, quien ha tenido una doble vida y una hija con la que Jerome se verá enredado (otra “joven y bonita”, Marine Vacth, la chica de la película de Ozon) luego de una lucha intereses.

El ritmo del film es similar al de una sinfonía. Puede incluir tiempos muertos, de tensa calma como frenéticos movimientos. Pero a diferencia de un músico virtuoso, hay momentos donde el tono se apaga y entonces, sin perder el equilibrio nunca, la carencia de emociones domina la escena. Sólo resta agradecer esos planos generales de zonas alejadas de la capital, idílicos paisajes que colorean la historia y los rostros fotogénicos de las mujeres, incluida la enorme presencia cinematográfica de Nicole Garcia.

El oficio de un artesano como Rappeneau se palpa en el modo en que narra su historia. A medida que la trama avanza, la casa se transforma en un espacio más, un pilar insomne que determina los actos vanidosos de estos burgueses dispuestos a litigar los bienes materiales. Y si bien hay algunos temas a priori profundos como la vuelta al hogar y la ambición material, es sólo un amague para inyectar dosis de un cine amable, apacible, poco audaz, a veces apolillado, tan placentero e inofensivo como tomarse un té con masas un domingo a la tarde.