Somos una familia

Crítica de Diego Batlle - La Nación

En Somos una familia hay secretos, mentiras y miserias que se revelan

Los directores franceses parecen tener una obsesión: los reencuentros de los integrantes de familias disfuncionales para decidir el futuro de casonas ubicadas en zonas rurales y los muebles y artículos allí acumulados durante décadas; es decir, cómo lidiar con las herencias, el patrimonio, el pasado, la memoria y, por supuesto, la tentación.

En la línea de Olivier Assayas (Las horas del verano), Julie Delpy (Verano del 79) y tantos otros colegas, el veterano realizador Jean-Paul Rappeneau terminó con un ostracismo personal de doce años con esta comedia dramática de estructura coral sobre enredos familiares, amorosos, económicos y morales que contó con un amplio elenco de intérpretes muy reconocidos.

La película -vista en Francia por más de 600.000 espectadores- arranca con Jerôme Varenne (Mathieu Amalric) regresando desde Shanghai -donde está radicado- con su socia en los negocios y en los afectos (Gemma Chan). Ni su madre Suzanne (Nicole Garcia) ni su patético hermano menor Jean-Michel (Guillaume de Tonquedec) lo esperaban, pero este hombre de negocios rápidamente viaja a la pequeña ciudad de Ambray para hacerse cargo de la situación y desentrañar por qué la venta de la mansión familiar que data del siglo XIX ha sido bloqueada.

Allí descubrirá que su padre, un reconocido médico, llevó durante años una doble vida que incluyó una intensa relación con Forence Deffe (Karin Viard) y no tardará en obsesionarse con la hija de ella, Louise (Marine Vacth, la revelación de Joven y bella, de François Ozon). En escena también aparecen un viejo amigo de Jerôme (Gilles Lellouche) y el alcalde Pierre Cotteret (André Dussollier). Todos con sus secretos, mentiras, miserias e intereses a cuestas que, por supuesto, se irán conociendo con el avance de la historia.

La película maneja varias subtramas, pero la historia de amor entre Jerôme y Louise, y la exploración de la doble moral, la hipocresía y el cinismo de la burguesía francesa son los temas que terminan predominando en una película que se sigue con interés, aunque tiene algunas resoluciones un poco forzadas y que en algunos momentos incluso coquetean con el ridículo.

De todas maneras, la fluida narración del director de Cyrano de Bergerac, El jinete sobre el tejado y Bon voyage, la exquisita fotografía de Thierry Arbogast y el aporte de ese verdadero seleccionado de intérpretes aquí reunido terminan haciendo del filma una experiencia con más satisfacciones que decepciones.