Sólo la verdad

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

El periodismo como servicio público.

Durante el período de entrega de los premios mainstream suele salir a la luz de manera muy clara una concepción del cine que lo vincula a la superficialidad y la estupidez a menos que esté basado en hechos verídicos y relevantes a nivel social, una noción no del todo precisa pero sin dudas evidente hasta cierto punto (en términos más generales, nadie come arte… guste o no). Por la atención mediática que reciben las epopeyas acerca de casos reales, resulta incuestionable que películas como La Gran Apuesta (The Big Short, 2015), Puente de Espías (Bridge of Spies, 2015), El Renacido (The Revenant, 2015), En Primera Plana (Spotlight, 2015), Joy (2015), La Chica Danesa (The Danish Girl, 2015) o Steve Jobs (2015) pasan al centro del candelero por unos meses, año a año, más allá de que cumplan o no los “requisitos” para que lo merezcan y/ o queden nominadas para tal o cual galardón.

La propuesta que hoy nos ocupa, Sólo la Verdad (Truth, 2015), es un eslabón un poco más humilde -a nivel formal- de esta cadena de referencias: la obra analiza la controversia que generó la difusión en 2004, en el programa periodístico 60 Minutos, de unos memos firmados por el Teniente Coronel Jerry B. Killian, pruebas del trato preferencial que se le dio a George W. Bush en 1972 y 1973, cuando el susodicho estaba cumpliendo el servicio militar en Texas. Con la campaña presidencial de fondo, aquella en la que John Kerry pierde por décimas y en la que Bush obtiene su reelección, Dan Rather (el conductor de 60 Minutos y “presentador estrella” de CBS) y Mary Mapes (productora del programa) fueron objeto de una multitud de ataques por parte de las huestes republicanas, quienes remarcaban que ningún experto pudo autentificar los memos porque sólo se disponía de duplicaciones.

Dos méritos muy interesantes de esta ópera prima de James Vanderbilt, responsable por ejemplo del excelente guión de Zodíaco (Zodiac, 2007), pasan por la exactitud y el didactismo con los que se abarcan las muchas aristas de un entretejido en el que confluyen la contienda política (la estrategia de desviar la atención hacia los documentos para sacar de foco a la historia sobre las influencias de la dinastía petrolera de los Bush y su gesta en pos de que el “nene” no combata en Vietnam), los designios de los multimedios (Viacom, el propietario de CBS, le soltó la mano al equipo de investigadores ya que el conglomerado compartía intereses con el gobierno del momento) y el periodismo en tanto servicio público (lo que implica que la perspectiva crítica debe estar siempre alerta, dejando de lado todo “oficialismo” o andamiaje conservador relacionado con la triste ponderación del statu quo).

Ahora bien, el maravilloso trabajo en materia de diálogos y en lo que respecta a una suerte de caza de brujas escalonada no hubiese tenido el efecto deseado si no fuese por el gran desempeño de Robert Redford como Rather y de Cate Blanchett como Mapes: mientras que el primero consigue una interpretación ajustada y elegante que nos reenvía a muchas otras de su prolongada carrera, la segunda se luce a pura firmeza porque todo el peso del relato cae sobre sus hombros, en uno de esos personajes que recorre a la inversa el camino del héroe (Mapes arranca convencida de la legitimidad que le otorga la experiencia, para luego de a poco contemplar cómo su mundo se viene abajo en términos laborales). Tampoco se puede obviar la presencia del inoxidable Stacy Keach y de los encargados de componer al resto del atribulado equipo de 60 Minutos (Dennis Quaid, Topher Grace y Elisabeth Moss).

Si en primera instancia podemos afirmar que Sólo la Verdad funciona como otro vehículo político para Redford, una “versión mejorada” de las correctas Causas y Consecuencias (The Company You Keep, 2012) y Leones por Corderos (Lions for Lambs, 2007), también es factible concluir que la realización toma la forma de un espléndido vehículo actoral para Blanchett, una australiana con una de las trayectorias más resplandecientes de la industria. Recién arribando al desenlace encontramos un dejo entre melodramático y simplista que por fortuna no llega a desdibujar los puntos a favor ganados a lo largo de un desarrollo muy inteligente, que sabe balancear los distintos componentes del retrato en cuestión (los ideales versus la corrupción y el pragmatismo) y que no escapa a los motivos del Hollywood de centroizquierda (en esencia demócrata, y por ello un tanto difuso en sus dogmas políticos).