Sin escape

Crítica de Jesús Rubio - La Voz del Interior

Sangre por agua

Sin escape es un filme de suspenso sobre un ingeniero que llega a una ciudad asiática en plena guerra civil. Actúa Owen Wilson, que se prueba fuera de la comedia.

El ingeniero Jack (Owen Wilson) trabaja para una empresa de agua con intereses en una ciudad de Asia, ubicada al lado de Vietnam, adonde debe viajar con su esposa (Lake Bell) y sus dos hijas por motivos laborales. En el aeropuerto conocen a Hammond (Pierce Brosnan), un desaliñado personaje que se muestra amistoso de entrada y que cumplirá una función importante en la trama. Desde que llegan, Jack nota una atmósfera enrarecida. En el hotel no hay televisión por cable, tampoco funciona Internet. La sensación de aislamiento e incomunicación empieza a ser desesperante.

Después de comprar un diario, Jack ve que se avecinan la policía, de un lado, y un grupo armado de ciudadanos, del otro. Él queda en el medio de ambos bandos. Empieza a correr para llegar al hotel y avisar a su familia de la situación. Los habitantes del lugar no están contentos con la empresa en la que trabaja Jack. La desesperación va a ir aumentando a medida que Jack se vea cada vez más atrapado en la sangrienta guerra civil que se acaba de desatar.

La intención del director de Sin escape, John Erick Dowdle, es que no haya ni buenos ni malos. Pero el problema es que deja bastante en claro quiénes son los malos. Dowdle convierte a los nativos en unos sádicos sin piedad. Aquí ya no hay una lucha justa por sus derechos, sino un regocijo perverso con la muerte del invasor norteamericano. Más que matar para vivir, los asiáticos pareciera que mataran por placer, ejerciendo aberrantes métodos de tortura.

Sin embargo, los primeros 40 minutos de Sin escape no dan respiro. La cámara de Dowdle se mueve a la par del personaje de Jack, que intenta escapar para llegar a su familia y luego seguir huyendo en una situación extraordinaria, extrema, en la que parece no haber salida. El manejo del suspenso y la acción son de una solidez digna de alguien con mucha experiencia.

La familia se mueve como una célula, como si los cuatro fueran un único personaje que escapa del enemigo. Es difícil no leer en Sin escape una metáfora pro-familia. A veces las películas de segunda línea (las que no cuentan con una superproducción) sorprenden y entretienen más que cualquier tanque hecho con ese fin. Este es uno de esos casos.