Sin dejar huellas

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

No hay un solo tipo, clase o modelo de thriller. Y hasta en el género del suspenso las resoluciones pueden ser sorpresivas, o no.

En el caso en que el protagonista sea un policía que investiga una desaparición, como el de Sin dejar huellas (es medio críptico el título original, Fleuve noire, Río negro), el espectador puede sentirse más seducido por cómo es ese detective (o “comandante”, como en Francia ha pasado denominarse cierto cargo) a lo que en verdad está buscando. Cómo indaga puede ser más atractivo que lo que hurguetea, lo que sondea. Lo que examina.

Visconti, un Vincent Cassel casi siempre de traje desaliñado, con Perramus puesto, cabello largo y empapado en sudor, barbudo, tiene a su cargo averiguar qué pasó con Dany, un joven estudiante que, de un día para el otro, desapareció. La madre (Sandrine Kiberlain) dice que se fue al colegio, y no regresó. El padre está de viaje en un barco mercantil. Dany tiene una hermana discapacitada mental. Y un vecino (Romain Duris), profesor de lengua, que se entromete en el asunto.

¿Dany huyó? ¿Fue secuestrado? ¿Lo asesinaron?

Visconti, una especie de Harvey Keitel en Un maldito policía, borracho en todo momento, es un tipo que, como él mismo lo dice sin ambages, “provocamos, y sospechamos hasta de la víctima”.

Visconti tiene sus propios problemas. Además de confrontar con la madre de Dany, con la cual parece intercambiar ciertas miradas, su hijo lo pone en jaque: estaría traficando hachís, y desaparece.

Sin dejar huellas arranca como un thriller más que potente. Visconti no cesa de hablar, y en sus frases destila cinismo. El oficio lo ha vuelto hábil, y enrosca a sus interlocutores o sospechosos, hasta que el efecto del alcohol lo hace pasarse de revoluciones.

Un par de twists cercano al desenlace del filme de Erick Zonca (La vida soñada de los ángeles) nos remiten al comienzo. A aquello de que hay diferentes tipos de thrillers, algunos en los que la investigación que se ve lleva a resolver el caso, en el que el espectador puede por sus propios medios resolverlo, o intuirlo, o no.

Lo cierto es que Sin dejar huellas atrapa los 110 minutos que dura en la pantalla, que tiene en Cassel a un prototipo de policía, sí, pero que el actor de Irreversible vuelve tan humano como cercano. Y eso no sería posible sin una actuación y marcación desde la dirección tan expresiva como elocuente.