Sin control

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

John Wick (Keanu Reeves) es un ex asesino a sueldo que cuando un grupo de gángsters se mete con él, claramente sin saber a quién estaban molestando, decide volver a la acción para vengarse de sus acechantes.
Esta es la clave de “Sin Control” (USA, 2014), un filme de David Leitch y Chad Stahelski que sobre guión de Derek Kolstad posee muchos puntos en común con recientes películas del género como “Oldboy”, “The November Man” y hasta la fallida “Lucy” de Luc Besson.
La principal virtud de la propuesta radica en la actuación de Reeves, a quien siempre se lo ha criticado por su casi nula capacidad de gesticulación ante los avatares que las narraciones de las películas en las que ha participado le han propuesto.
En “Sin Control” justamente esa “incapacidad” es un punto a favor, dado que la inacción será el motor que moverá a este ex asesino, una máquina de matar, a dirigir sus energías hacia todos aquellos que le impidan volver a su tranquilidad luego del fallecimiento de su mujer.
Reeves se mueve en la película como un autómata, que pese a que pueden llegar a caer lágrimas en sus mejillas por el dolor que le han generado sigue adelante sin ningún tipo de prejuicio.
En los pequeños gestos, en los detalles que Kolstad trabajó la personalidad de Wick (Reeves), hay una ingeniería puesta a la hora de la acción que luego se desatará en una terrible espiral de violencia cuando, después de ser atacado por un grupo de gangsters para robarle su vehículo, el personaje decida asumir nuevamente su rol de matón para encontrarse con cada uno de aquellos que, en el pasado, supieron de su habilidad para terminar con aquellos que le indicaban.
Una venganza sangrienta, con escenas de acción completamente diferentes a lo que Reeves está acostumbrado (nada que ver con las coreografías de Matrix), en la que la corporalidad y los puños marcan el ritmo de la narración.
El cuerpo de Reeves es un cuerpo cansado de golpear, un cuerpo que quiere dejar de lado su pasado pero que debe asumir nuevamente la responsabilidad de su rol luego que le arrebataran el último vestigio de amor en su vida.
En el detalle de ese dato, no menor, se esconde un gesto que su mujer, antes de morir, le legó, y que a pesar del recelo con el que lo había recibido, al perderlo, siente la necesidad de aferrarse una vez más a un pasado que no volverá y que lo convierte en alguien que ya no quería ser.
Leitch y Stahelski trabajan la acción de la película con un conocimiento de productos anteriores y recursos propios del género como el flashback (esencial para conocer el pasado de Wick), el flashfoward y el aceleramiento de las peleas.
También hay una estudiada atribución al personaje de Reeves para evitar caer en lugares comunes de vengadores que sólo generan rechazo. La empatía con él, por sus desgracias, por su última pérdida, sólo es comparable con el placer de género que los directores logran en cada disparo y golpe que John Wick, la máquina de matar, da. Mención aparte el matón interpretado por Willem Dafoe, impecable, como siempre.