Siete psicópatas

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

Comedia al borde de la locura

Nada en el desarrollo fracturado cronológicamente y atropellado narrativamente de este film de Martin McDonagh, director de la notable Escondidos en Brujas, es particularmente original. Con algunos pasajes que la acercan al cine de Quentin Tarantino y personajes que son puro artificio sin carnadura real o humana, la película podría ser una parodia de cierto cine inaugurado por Pulp Fiction . Si no llega a serlo es gracias a un sano nivel de autoconsciencia y autorreferencialidad que vuelve todo bastante más entretenido a medida que avanza la historia. Que es esencialmente un policial maníaco en el que Marty (Colin Farrell), un escritor irlandés más aficionado a la botella que a las letras, busca inspiración para un guión del que sólo tiene el título, Siete psicópatas , y la intención de que sea una película sobre asesinos violentos que predique un mensaje no violento. El problema es que todo lo que se le ocurre y le ocurre apunta más al baño de sangre que a la paz. Para ayudarlo en su búsqueda está Billy (Sam Rockwell), hiperquinético mejor amigo que se dedica al secuestro de perros y la recolección de macabras historias para la colección de Marty. En esa mezcla aparentemente sin sentido hay que agregar a Hans (Christopher Walken), un veterano socio de Billy, y a Charlie (Woody Harrelson) un gángster que ama a su perro hasta la locura. Por eso, cuando Billy se atreve a llevarse a la adorada mascota, la divertida reflexión metadiscursiva sobre el oficio de hacer una película queda en segundo plano para dar lugar a los tiroteos, las persecuciones y esa cabeza que, literalmente, estalla en pantalla.

Con un guión que tiene grandes momentos -la escena que abre el film se destaca-, y pasajes bastante endebles-la reflexión sobre la misoginia en el guión de Marty no disculpa la que está presente en el de McDonagh-, la película cuenta con la enorme ventaja de tener al elenco perfecto hasta para sus costados menos logrados.

A Farrell, que funciona como el apenas velado álter ego del director y guionista, este papel le permite una de sus interpretaciones más maduras y contenidas. Para hacerse cargo de los excesos está Sam Rockwell, perfecto como ese Billy que tiene los modos y la ansiedad por agradar de esos perritos que sustrae de sus dueños. Y todo funciona mucho mejor cuando Rockwell y Farrell comparten escenas con Walken. El veterano, sin demasiados gestos y apenas con unas líneas de diálogo, se roba cada una de las escenas en las que interviene. Lo mismo consigue Harrelson, el más prominente de los psicópatas del film que intenta darle rienda suelta a la locura de todos.