Siempre Alice

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

Por siempre Julianne Moore

Siempre Alice, el filme que le dio un Oscar a Julianne Moore por interpretar a una mujer que sufre Alzheimer, es uno de los más deslumbrantes trabajos de la actriz.

Las palabras. De ellas depende nuestro mundo, inevitablemente lingüístico, y también el endeble edificio del yo, a pesar de que siempre existe esa tara y obstinación en creer que las cosas importantes están más allá de las palabras. Paradoja maldita: una lingüista exitosa tendrá que confrontarse con un prematuro tipo de Alzheimer. Primero olvidará algunas palabras, luego se debilitará su sentido de orientación, más tarde dejará de reconocer a sus seres queridos y un día será un yo sin yo o una criatura sin anclaje en su identidad. La trama no es otra que el triunfo de una enfermedad que desorganiza exteriormente el lenguaje y destituye interiormente la memoria de quien la padece. Siempre Alice es esencialmente un combate contra la erosión involuntaria de la consciencia.

Película extraña Siempre Alice, basada en la novela de la neuróloga Lisa Genova de título homónimo y dirigida por el recientemente fallecido Richard Glatzer y Wash Westmoreland. Por un lado, el filme se entrega dócilmente al requerimiento del drama prefabricado: lo que sucede con la relación con los hijos es tan predecible como esquemático, incluso cuando los tres estén sometidos a un posible deterioro neuronal en el futuro por una cuestión de herencia. Esa variación dramática no suma ningún sobresalto. La hija rebelde de Alice (Kristen Stewart), que desea ser actriz aun cuando la desaprobación de su madre es una constante, es la que estará más cerca de su madre en el preciso instante en que la ausencia y el olvido se impongan. Es un vínculo distinto, pero todo queda en un amague. Lo que sucede con el personaje del marido interpretado por Alec Baldwin es también del orden de lo previsible. Sufre estoicamente, acompaña fielmente y no dejará de hacer su vida. Acciones de guion tan legítimas como prescindibles.

La familia, por otra parte, es de clase alta, lo que permite constatar que frente a una desgracia de esta naturaleza la posición económica puede contrarrestar la desesperación inmediata. La agonía se matiza: una hermosa casa en la playa apacigua, no menos que un ejército de computadoras y teléfonos con el logo de la manzanita. ¿Un aviso subliminal? Una de las intuiciones del filme estriba en cómo la evolución digital puede jugar a favor de luchar minuto a minuto contra el Alzheimer. A propósito de esto, hay una escena genial que lleva hasta el límite los usos de la tecnología. Es una lástima que no todos puedan comprar las creaciones de Steve Jobs.

Pero si Siempre Alice no se hunde en su determinismo hollywoodense, el cual exige conmover por todos los medios, se debe a que Julianne Moore es demasiado buena como para justificar la apoteosis de la lástima como sentimiento profundo. Todo su cuerpo parece empeñarse en vencer las fórmulas del drama, todos sus gestos conjuran la grandilocuencia del sufrimiento. Hasta sus pecas se rebelan frente a la convención. El plano medio fijo y sostenido de la primera visita al médico (sin el canónico contraplano para observar al especialista, una decisión de puesta en escena ajena al resto del filme) con el que se la ve recibir la noticia de que algo no está bien en su conducta es antológico. Moore recibe el diagnóstico como si nunca hubiera leído el guion y desconociera que le espera el infierno. El Alzheimer podrá con Alice, pero Moore es invencible.