Siempre Alice

Crítica de Mex Faliero - Fancinema

Enfermos singulares

Son crueles las enfermedades degenerativas de la mente, qué duda cabe. Pero bien es cierto que la singularidad de las personas -por una imposición cultural inconsciente, o perversamente consciente- nos lleva a lamentar en mayor o menor medida el padecimiento ajeno. Entendemos -y es muy cruel esto que voy a decir- que un abuelo con Alzheimer es algo más común que una señora de 50 con Alzheimer. Nos genera mayor sensación de dolor, o de angustia porque pensamos a esta señora como alguien mucho más cercano a nuestro universo etario. En definitiva, nos hace pensar en nuestra propia degradación. En ese sentido, Siempre Alice -la simple y algo efectista película de Richard Glatzer y Wash Westmoreland- realiza una operación similar al construir una serie de vínculos familiares con fuerzas desparejas, donde el interés está focalizado en algunos de ellos, generando en el espectador una búsqueda dirigida de esa piedad.

En Siempre Alice tenemos un matrimonio -Julianne Moore y Alec Baldwin- y tres hijos -Kristen Stewart, Kate Bosworth, Hunter Parrish-. Pero la película sólo hará hincapié en tres de ellos: la padeciente, doctora en lingüística; su marido, médico y muy profesional; y una de sus hijas, aspirante a actriz, algo alejada del hogar. Los otros dos serán elementos funcionales en algún momento, pero como para la historia carecen de interés dramático los realizadores han entendido que también deben ser intrascendentes para los espectadores. Y se los deja en un notable espacio off. Esas tres puntas, entonces, serán las que brindarán la serie de emociones que plantea el film, vinculadas no tanto con la enfermedad como hecho específico, sino con sus consecuencias y con la forma en que gradualmente una dolencia de este tipo va imponiendo una distancia entre el cuerpo y la mente; entre el deseo y la necesidad; entre el yo y el afuera. ¿Cuánto de nosotros seguimos siendo en el mismísimo instante en que una enfermedad como esta comienza a hacer mella?

Esa sensación de “preferencia” ante un padeciente por sobre otro que señalábamos antes, queda explícito en el personaje que aquí sufre el Alzheimer. Alice (Moore) no sólo es una señora de 50 con Alzheimer -raro- sino que además es una especialista en lengua, lo cual lleva a lamentar doblemente la presencia de la enfermedad. A ver, no estamos en el terreno de 12 años de esclavitud, donde al fin de cuentas se deploraba el hecho de que el protagonista era un hombre libre y no tanto la esclavitud en sí, sino que Siempre Alice hace propio un sentir social y cultural. Que el enfermo no sea cualquiera, esa singularidad, lo hace distinguible. Y como toda distinción, su impacto es mayor.

Está claro que desde la tesis, Siempre Alice es una película muy interesante en las implicancias sociales que plantea. El problema es que desde la puesta en escena, la dupla Glatzer-Westmoreland no puede salir de cierta vulgaridad, y entiéndase esto no como algo ordinario o soez sino como poco arriesgado y demasiado común. Más allá de algunas escenas donde el trabajo con el foco evidencia el proceso de pérdida gradual de la protagonista, no hay mayores elementos que convoquen aquí la presencia del cine. Telefilm sin demasiado vuelo, que cuando no sabe cómo sugerir algo lo dice o muestra, Siempre Alice termina sosteniéndose en las actuaciones. Moore está excelente, porque muestra el derrotero de su personaje sin exageraciones, evidenciando en la mirada horrorizada de mujer inteligente y consciente su progresiva ausencia; Baldwin está perfecto como ese marido profesional que no sabe qué hacer, y dice más en sus silencios que con sus palabras y muestra su afecto como puede; y sensacional está Stewart, demostrando que es mucho más que lo que la saga Crepúsculo le dejó hacer: aquí, una hija con un vínculo tirante, que termina haciendo las paces con su madre al descubrir en ese rostro intransigente el más primal de los sentimientos.

Es verdad que Siempre Alice no se recuesta inconscientemente en su elenco, sino que lo busca como una forma de otorgarle un peso a su propuesta. En esa ida y vuelta entre la historia y el elenco, en esa devolución, el film encuentra un tono medido y distante, algo que otros rubros como la música se empecinan en derrumbar con su sentimentalismo.