Shame: sin reservas

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Adicción sexual y hedonismo sin retorno

Un personaje introvertido y de pocas palabras es el centro de una historia donde el sexo pasa a ser el tema central. El discurso psicologista se completa con una excelente banda de sonido.

Brandon (Michael Fassbender) mira, seduce y no necesita esperar demasiado para tener sexo con una mujer. Observa un par de veces y logra su objetivo: otra mujer más, un rato de sexo, un polvo efímero. Es un ganador en potencia y nunca un maratonista del sexo como Giacomo Casanova, sino un adicto voraz en el terreno que más conoce.
Pero no sólo su compulsión sexual se limita a compartir el deseo con alguien, sino que Brandon es un sujeto hedonista, que le rinde culto al sexo en todos los órdenes. Es un observador y voyeurista sin salida, mirando películas pornos, masturbándose, viviendo su adicción como necesidad imperiosa, también egoísta y construida desde la autosatisfacción. Pero Brandon tiene una hermana, la frágil Sissy (Carey Mulligan) que invade la privacidad inviolable del macho cabrío y desde ese particular reencuentro el edificio hedonista empezará a resquebrajarse, a mostrar cimientos no aclarados del pasado a través de recuerdos y relaciones inconclusas que derivará hacia un descenso sexual y moral teñido de culpa, pecado y redención.
Luego de Hunger, McQueen y Fassbender, su actor fetiche, toman al sexo desde el placer a corto plazo, invitando al espectador a sumergirse en la psiquis de un personaje complejo, introvertido, de pocas palabras. Sin embargo, una de las virtudes de Shame es que no se está frente a la conformación de un discurso psicologista que presenta a un personaje conflictivo y supuestamente feliz imposibilitado de construir una relación de pareja duradera. Y en este punto resulta fundamental el personaje de Sissy, que actúa como contrapeso de la adicción de su hermano. Sissy y Brandon (memorables interpretaciones de Fassbender y Mulligan) son dos criaturas opuestas pero sutilmente complementarias, dócil y al borde del suicidio ella, frío y maniático él. En ese sentido, la escena en la que Sissy canta al borde del desgarro corporal una versión de “New York, New York”, mientras su hermano y su jefe miran extasiados y sorprendidos la performance, describe con astucia e inteligencia hacia donde se dirigen las intenciones de Shame. Siempre de manera sutil, jamás enfatizando las características que vinculan y separan a los hermanos. Probablemente, el citado descenso a los infiernos de Brandon, donde la banda de sonido de Harry Escott sustituye las palabras, resulte la zona menos feliz y más subrayada de la película, ya que daría la impresión que en esos últimos 20 minutos el director decide juzgar los ciclotímicos comportamientos de sus personajes. Sin embargo, los últimos planos permiten deducir que la historia volvería a empezar. O que, tal vez, Shame trate sobre una interminable masturbación entre sueños del adictivo Brandon.Nada más y nada menos que eso.