Se levanta el viento

Crítica de Emiliano Fernández - A Sala Llena

En pos de la construcción metalizada.

En muchos sentidos Se Levanta el Viento (Kaze Tachinu, 2013) es el opus más crepuscular de Hayao Miyazaki, ya no sólo por una suerte de maximización de ese dejo melancólico e introspectivo tan característico del señor, sino también por lo que parece ser una decisión concienzuda de establecer un quiebre con su producción anterior vía una dialéctica de espejos en la que determinados rasgos de su propia persona encuentran su equivalente en la figura de Jirô Horikoshi, el ingeniero aeronáutico responsable de los aviones de combate de vanguardia utilizados por el Imperio de Japón durante la Segunda Guerra Mundial. Ambos pacifistas y obsesos de las maravillas del aire, la vida creativa ha sido su principal sustento.

Adoptando la forma de una biopic desestructurada y un tanto ambivalente, la historia cubre tres períodos en el derrotero de Horikoshi: su niñez en 1916 y la primera entrevista onírica con Giovanni Battista Caproni, un famoso diseñador de aviones (quien lo incentiva a que supere su miopía reemplazando su deseo de volar con el de imaginar/ concebir aeronaves), sus primeros pasos en la Mitsubishi en 1927 y la colaboración con sus colegas alemanes (así de a poco descubre los detalles del ámbito laboral), y finalmente la relación amorosa que inicia en la década del 30 con Naoko Satomi, una joven enferma de tuberculosis que conoció años atrás (casi en paralelo a la cumbre profesional en tanto autoridad en su rubro).

Indudablemente el director ha optado por la madurez, circunstancia que se condice con un desarrollo aletargado, la ausencia práctica de componentes mágicos y la presencia de un protagonista masculino, tan idealista y abstraído como sus homólogos femeninos pero sin aquella inocencia vinculada al quijotismo de las utopías de la infancia. Hoy Jirô avanza y avanza en sus epopeyas aladas con la plena conciencia de las contradicciones del caso, en especial la confluencia entre la belleza implícita de sus creaciones y el destino que les espera, léase la industria armamentista y la locura genocida. Está clarísimo que para Miyazaki las inquietudes de la adolescencia eclosionan en los sinsabores del devenir adulto.

Ya nada queda del surrealismo despampanante de El Viaje de Chihiro (Sen to Chihiro no Kamikakushi, 2001) y El Increíble Castillo Vagabundo (Hauru no Ugoku Shiro, 2004), la épica freak símil Porco Rosso (1992) y El Castillo en el Cielo (Tenkû no Shiro Rapyuta, 1986), las alegorías ambientalistas de Mi Vecino Totoro (Tonari no Totoro, 1988) y La Princesa Mononoke (Mononoke-hime, 1997), la candidez sui géneris en sintonía con El Delivery de Kiki (Majo no Takkyûbin, 1989) y Ponyo y el Secreto de la Sirenita (Gake no ue no Ponyo, 2008), o el clasicismo de Nausicaä del Valle del Viento (Kaze no Tani no Naushika, 1984) y El Castillo de Cagliostro (Rupan Sansei: Kariosutoro no Shiro, 1979).

Sin embargo, una de las grandes preocupaciones del septuagenario realizador, la transición del Japón tradicional al moderno, continúa presente en el film gracias al énfasis sobre el carácter vetusto de la idiosincrasia local y los esfuerzos de Horikoshi en pos de afianzar al metal como sustrato principal del fuselaje, en lo podríamos interpretar como una exégesis de lo que ha sido la cultura nipona a posteriori de la invasión norteamericana de la Segunda Guerra Mundial (hablamos de esa antítesis entre un ímpetu fetichista para con los adelantos tecnológicos y una ética antiquísima relacionada con el honor). En este sentido, la frialdad de la primera mitad se contrapone con la calidez y el pesar de la segunda parte del convite.

Quizás sin proponérselo, el cineasta construyó una especie de precuela conceptual de la prodigiosa La Tumba de las Luciérnagas (Hotaru no Haka, 1988), la obra maestra de Isao Takahata, quien hace poco tiempo tuvo un regreso a toda pompa a la escena internacional con la muy interesante El Cuento de la Princesa Kaguya (Kaguyahime no Monogatari, 2013). Aquí Miyazaki no llega al nivel cualitativo de la propuesta de su colega aunque consigue destacarse sin sobresaltos en un contexto contemporáneo eternamente dominado por una animación mainstream paupérrima. Se Levanta el Viento es una hermosa reflexión acerca del amor, las conquistas individuales y sus desfasajes en torno a la praxis comunal…