Scream 4

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

Aunque no asusta demasiado, su estilo autorreferencial funciona

¿Cuántos guiños a la cultura popular contemporánea, al propio pasado y a las convenciones de género puede permitirse una película de terror antes de dejar de provocar miedo y trocar los sustos por risas?

Aparentemente, once años después de la tercera parte de la hasta ahora trilogía, los creadores de Scream se propusieron probar los límites de su propio invento. El experimento resultó mejor de lo que puede esperarse de una cuarta entrega de un film de miedo, aunque conviene aclarar que para divertirse con las nuevas desventuras de los habitantes de Woodsboro hay que tener cierto conocimiento de las películas anteriores. Y tratar de olvidarse de las cuatro entregas de Una película de miedo, versiones paródicas de Scream.

Desde su primera escena -ingenioso prólogo en espejo-, este film le pide a su espectador que recuerde la historia de Sidney (Neve Campbell), Dewey (David Arquette) y Gale (Courteney Cox), los tres personajes centrales que lograron sobrevivir al asesino de la máscara de fantasma -y eterno grito a lo Eduard Munch- y se transformaron en leyenda.
Recursos conocidos

No hay escenas en Scream 4 que no hagan referencia a lo que sucedió en los primeros tres films y que no aprovechen hasta el límite el recurso que la primera película inauguró: utilizar los diálogos entre los personajes como reflexiones sobre los usos y costumbres de los films de terror.

Dirigida por Wes Craven -responsable de todas las entregas además de reconocido creador de clásicos del terror como Pesadilla y La colina de los ojos malditos -, Scream 4 vuelve a poner el foco en un grupo de adolescentes fanáticos de las películas de miedo que se transforman en blanco del asesino enmascarado. A partir del regreso de Sidney -la histórica víctima de la saga- a Woodsboro para presentar su autobiografía, los cadáveres empiezan a apilarse de nuevo alrededor de ella y su joven prima Jill, interpretada por Emma Roberts. Allí estarán una vez más el policía Dewey (encantador David Arquette) para investigar los crímenes con aparente torpeza pero mucho corazón, que es lo que parece faltarle a Gale, la ex periodista sensacionalista que ahora es su esposa. Que, ironía externa al relato, interpreta Cox, su ahora ex mujer en la vida real, con toda la expresividad que sus reajustes estéticos le permiten.

Esta vez, a tono con los tiempos del terror de "tortura" a la manera de las muchas -demasiadas- entregas de El juego del miedo, los asesinatos son bastante más cruentos que antes. Y, fiel a su estilo autorreferencial, el guión de Kevin Williamson ( Dawson's Creek ) dedica buena parte de sus entretenidos diálogos a hablar justamente de esa muy poco sana costumbre que adoptó el cine de horror que muchas veces resulta en una celebración del asco. No es éste el caso, porque Craven y Williamson son muy hábiles en lo suyo, aunque a veces la fluida pluma del guionista se vuelva pesada para imponer al film una innecesaria moraleja.