Samarra

Crítica de Rodrigo Seijas - CineramaPlus+

Guerra de medios

De Palma reflexiona lúcidamente sobre la manipulación de la verdad en momentos de guerra.

Brian De Palma combina en su último filme la vertiente voyeurista y exploratoria de la mirada que siempre lo ha caracterizado a lo largo de su carrera, con exponentes como Obsesión, Vestida para matar, Ojos de serpiente y Mujer fatal, con la línea política promovida por filmes como Caracortada, Pecados de guerra o La hoguera de las vanidades. Lo hace con una historia construida a partir de un rompecabezas de imágenes que potencian la impresión de realidad y extracción de lo censurado.

La impresión que transmite Redacted no es sólo que, como dice su slogan, la verdad es la primera víctima de una guerra, sino que en cierto modo la verdad se ha extinguido desde antes del proceso bélico. Esto sucede porque la realidad percibida es fabricada, cortada, demolida, vuelta a hacer y mezclada con otras realidades. Los dispositivos y herramientas fílmicos que se ven a lo largo del filme lo evidencian: fragmentos de un documental francés, cámaras hogareñas, informes de noticieros, clips subidos a internet, etcétera, todos son tan potencialmente certeros como falaces.

Si la sensación que prima en Samarra (título local bastante arbitrario, referido al lugar donde transcurren los hechos) es la ambigüedad, la incertidumbre permanente, de ella también se desprenden numerosas certezas. La primera, vinculada al horror de la guerra, de la deshumanización paradójicamente encarnada como representativa de la humanidad. La segunda, la conciencia de que la Historia es capaz de constituirse en una fabricación ficticia en el peor de los sentidos, una mentira siniestra destinada a brindar una determinada impresión, en beneficios de estamentos del Poder. La tercera, que la mirada también hace responsable al espectador, del mismo modo que el saber, aunque sea una parte, hace responsable al que es informado, o que el contemplar un crimen sin hacer nada no le quita participación a uno.

Como en toda la filmografía de De Palma, el ojo es un órgano activo, pensante. Aquí se piensa la guerra de Irak. Y ese pensamiento, ese trabajo de reflexión conduce al horror, un horror lúcido, con múltiples sentidos.