Rumbo al mar

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

POR LA RUTA DE LAS BUENAS INTENCIONES

La relación entre nuestra farándula televisiva y el cine argentino ha sido particularmente traumática, con esa máxima que representaron las comedias de la Brigada explosiva en los 80’s, que generaron no sólo una serie de éxitos comerciales impensados, sino también una generación de espectadores acríticos e indulgentes con un tipo de comedia falsamente popular y pobre conceptualmente. Hay en este tipo de producciones un cualquierismo, un desprecio por las formas cinematográficas y un regodeo en lo berreta, que sería algo menor si no fuera por la herencia cultural que han dejado y con la que han perdurado en el tiempo. Son esas formas las que se filtran, incluso, en producciones más profesionales como las comedias de Adrián Suar, por ejemplo. Es por eso que la figura de Federico Bal surge como algo extraño en el panorama. Es sí un hijo dilecto de esa pobre troupe farandulesca de los escándalos televisivos, pero también un tipo con una sensibilidad que ambiciona algo particular en ese mundo de vuelo bajo: ser una estrella de cine.

Si bien el peso de Rumbo al mar, la película dirigida por Nacho Garassino, parece estar puesto en la presencia de Santiago Bal, padre de Federico y fallecido recientemente, es cierto que la película no podría haber llegado a destino sin la presencia de Bal Jr. y su ambición cinéfila. Si bien tiene participación en rubros técnicos de películas independientes como El fantástico mundo de cropogo o Somos nosotros, el actor se probó recientemente en el protagónico del thriller Crímenes imposibles y ahora reincide con esta road movie que se construye sobre cuestiones muy personales y donde se filtra lo biográfico. Santiago y Federico, padre e hijo, hacen de padre e hijo en la ficción. Es más, el padre está tan enfermo como lo estaba el propio Santiago en la vida real. El anuncio de una enfermedad terminal, lo lleva a Julio (Bal Sr.) a pedir que se cumpla su último deseo: viajar desde Tucumán a Mar del Plata para conocer el mar. Pero aún más, viajar en moto con su hijo, un poco díscolo e irresponsable. Esa es la premisa de Rumbo al mar y sobre la que avanza con la seguridad que aporta un subgénero con sus códigos claros y precisos: la película de rutas.

Ahora bien, que haya una sana intención de construir un relato cinematográfico con cierta solidez narrativa no quita que Rumbo al mar sea una producción bastante deficiente en muchos aspectos. En primera instancia hay una trampa que le hace pagar los orígenes prosaicos de sus protagonistas: si Santiago Bal fue una figura del espectáculo nacional en algún momento del pasado, hoy sólo podemos relacionarlo con ese mundo de escandaletes señalados más arriba. Por tanto, las emociones que se buscan no pertenecen al cine y se observan un poco ajenas, como esas citas cinéfilas que la película imposta un poco para buscar filiación. Rumbo al mar intenta la comedia con los pobres resultados de una picaresca antigua y el drama con algunas reflexiones cercanas al aforismo. Sólo en aquellos pasajes donde los personajes se llaman a silencio y la cámara captura la química de dos tipos que se conocen y se sienten cercanos es donde alcanza la intimidad deseada, como en alguna sobremesa compartida o en esos invernales planos marplatenses del final. Pero tal vez el verdadero valor de Rumbo al mar sea el de permitir que la cuestionemos por sus decisiones cinematográficas y no tanto por sus excesos mediáticos y bufonescos.