Ruido

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

UNA PELÍCULA DEMASIADO RUIDOSA

En unos cuantos pasajes de Ruido, se puede intuir lo que podría haber sido una gran película. Pero el film de Natalia Beristain, coproducción entre México y Argentina, se deja llevar por una solemnidad discursiva pesada e invasiva, que obtura matices de reflexión más profundas y anula la mayor parte de sus hallazgos formales. Y eso la lleva a quedar reducida a interpelar a un público ya convencido de antemano.

El “ruido” del que habla Ruido es uno que invade literalmente a la protagonista desde lo sensorial, aunque eso también sea el puente para otros “ruidos” -estéticos, narrativos y temáticos- a los que apela el film. El relato sigue el derrotero de Julia (Julieta Egurrola), que busca a su hija desaparecida y, en esa odisea, se adentrará en numerosos ámbitos, cruzándose con una diversidad de personajes con sus propias historias de violencia. Ese recorrido incluirá fragmentos de la realidad, a partir de cómo buena parte de las personas que aparecen en pantalla cuentan o exponen sus propias historias. Esa especie de vía crucis de Julia termina funcionando más como excusa que como centro disparador para un retrato de todos los actores (desde víctimas a victimarios) involucrados en los actos violentos desatados por la guerra contra las drogas.

En la puesta en escena de Beristain hay una lucha constante entre la sutileza y la remarcación, que casi siempre es ganada por la segunda vertiente. Tanto desde las palabras como desde las acciones específicas y hasta la composición de los planos, hay una búsqueda de didactismo donde, más que narración, hay una exposición de hechos, tópicos y problemáticas. En la mayoría de su metraje, Ruido parece confundir una clase académica con el cine, por más que su trabajo con el movimiento de la cámara, el sonido y los colores sea técnicamente casi perfecto.

En cierto modo, este film recuerda un poco a Traffic, aquella película de Steven Soderbergh que hacía un recorrido cuasi expositivo de los mecanismos del narcotráfico y sus consecuencias. Allí también la voluntad mensajística, de la mano de una calculada fotografía, se imponía a las vivencias de los personajes. En Ruido sucede algo similar: Julia es más un instrumento para decir cosas “importantes” por parte de la realizadora que un ser de carne y hueso. Todo en ella -desde la gestualidad de Egurrola hasta cada línea de diálogo- es impostación y falta de ambigüedad, y eso se expande a ese mundo conflictivo y violento en el que se mueve. En su voluntad de no dejar dudas al espectador, Ruido termina cediendo a toda chance de decir algo realmente nuevo y, principalmente, potente. Por eso sus imágenes y eventos, que podrían estar cargadas de significados e interrogantes productivos, finalmente solo ofrecen respuestas superficiales.