Ruby, la chica de mis sueños

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Segundo largometraje del matrimonio de Jonathan Dayton y Valerie Faris tras el sorprendente éxito mundial que obtuvieron hace seis años con Pequeña Miss Sunshine , Ruby, la chica de mis sueños tiene como punto de partida un tema bastante transitado por el cine: el bloqueo creativo de un artista.

El protagonista del film es Calvin Weir-Fields (un Paul Dano con más ductilidad para las escenas dramáticas que para las cómicas), escritor que tuvo un éxito arrollador con su primera novela adolescente. Ahora, una década más tarde y ya al borde de los 30 años, quien estaba llamado a ser el nuevo J. D. Salinger se sienta frente a su vieja máquina de escribir (porque, claro, no aporrea las teclas de un teclado de computación), pero la hoja permanece siempre en blanco. Hasta que, cual revelación, de pronto surge Ruby (la encantadora Zoe Kazan, nieta de Elia Kazan y autora del guión), la chica de los sueños a la que alude el título local.

La figura de Ruby sirve como motor para que Calvin vuelva a escribir (en este caso, una novela romántica bastante cursi), pero al poco tiempo descubre que ella no es sólo un mero personaje concebido por él sino alguien bien real, de carne y hueso. Tras la lógica sorpresa inicial y la incredulidad de amigos y familiares que lo creen loco, ella se convertirá en su novia e iniciarán una convivencia.

El film -que tiene no pocos paralelismos con Más extraño que la ficción , que encabezaron Will Ferrell y Emma Thompson- ofrece un tono tragicómico que lo hace pendular entre la comedia más absurda y el drama romántico más angustiante.

Dayton y Faris ganan cuando se concentran en la relación entre Calvin y Ruby (aspecto que les permite reflexionar no sólo sobre el proceso creativo de un escritor sino también sobre el control obsesivo, casi posesivo), pero dilapidan preciosos minutos con subtramas inundadas de clichés del cine independiente norteamericano, como la escena de la visita de la joven pareja a la excéntrica madre de él (Annette Bening) y su no menos delirante pareja (Antonio Banderas), unos neohippies "aristocráticos" que no le aportan nada al film.

Más allá de este y otros pasajes o personajes secundarios no del todo logrados, Ruby, la chica de mis sueños resulta una película disfrutable. Sus inquietantes ideas, el notable trabajo visual del fotógrafo Matthew Libatique ( Iron Man , El cisne negro ) y el buen aporte del dúo protagónico la convierten en un estreno valioso, de esa producción estadounidense bien alejada de los tanques de Hollywood y que, por lo tanto, ya no suele llegar con asiduidad a los cines argentinos.