Rosetta

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Ser y tener

Esta obra maestra de los Dardenne no perdió actualidad.

Hace ya diez años que Rosetta sorprendió al mundo en el Festival de Cannes, donde los hermanos Luc y Jean-Pierre Dardenne se llevaron la Palma de Oro a la mejor película y la jovencísima y debutante Emilie Dequenne, el correspondiente a la mejor labor protagónica femenina. Ha pasado bastante tiempo y Rosetta -que en nuestro país se exhibió en una Semana de Preestrenos organizada por Fipresci Argentina, en 2001- no ha perdido actualidad ni vehemencia. Sigue siendo una obra de arte, un alegato social, un filme sobre la humildad, un grito desgarrador acerca de cómo el entorno puede socavar el espíritu humano.

A los Dardenne les bastan los tres primeros minutos para pintar a su protagonista y lo que le sucede. Rosetta es despedida de una fábrica luego de pasar su período de prueba. Ella se niega a abandonar el lugar y es forzada a hacerlo por los guardias. A partir de ese comienzo, Rosetta experimentará un espiral hacia el autoconocimiento. Y así como los directores de El silencio de Lorna utilizan la cámara en mano para promover nuestro acercamiento a la protagonista, el sonido ambiente, con los silencios que dicen más que mil palabras, y hasta la respiración de Rosetta retratan a la muchacha. Los primeros planos y los planos detalles no fueron elegidos porque sí. Hay una distinción entre lo que se quiere recortar y fortalecer en la mirada del espectador, por más que los Dardenne no cuestionen ni ofrezcan explicaciones del comportamiento, a veces díscolo, otros extremos, de Rosetta.

Rosetta tiene los ojos azules más tristes del mundo. A los 17 años es víctima de una sociedad del Primer Mundo, en la que conseguir trabajo no es sencillo, pero indispensable. Para ella, tener trabajo es igual a ser un ser humano. No entiende la vida sin él, y hará todo, hasta lo impensable, para conseguirlo. Rosetta ve en la salida laboral un único camino para no caer en el hoyo en el que está su madre alcohólica, con la que comparte su casa rodante. Está sola en la vida, y cuando conoce a un muchacho, que puede quererla bien, o no, y ella puede enamorarse de él, por alguna circunstancia obrará de manera equivocada y despertará en el espectador un sentido primario más de rechazo que de comprensión.

Los Dardenne, que antes de lanzarse al cine de ficción realizaron como productores o directores unos 60 documentales de tinte social, suelen privilegiar en sus personajes a los jóvenes. El tema del dinero (mejor, la necesidad de aferrarse a él para sobrevivir) ha sido central en La promesa, en Rosetta y en El niño -también premiada con la Palma de Oro en Cannes en 2005-, como evidencia de que algo les falta a esos hombres y mujeres para sentirse llenos, bien.

No es que Rosetta sea ambiciosa. Sería un error entenderlo como un filme sobre las ramificaciones que tiene la avaricia, ya que Rosetta es un ser que pide, a su manera, que le den una mano. Contada desde un estilo que abreva en el neorrealismo, los Dardenne no utilizan en la columna del sonido ni un solo acorde. No hay música que adorne las situaciones o remarque actuación alguna. Todos los sonidos son de captación directa, bien al estilo documental. Parece increíble que Emilie Dequenne haya debutado con este filme, porque su labor es excepcional.

Ese dolor en el estómago, recurrente en Rosetta, es un síntoma que queda en el espectador, que no saldrá igual después de ver esta película, testimonio de una época, y una circunstancia que, si bien se contó a fines del siglo pasado, tiene ribetes de dolor que permanecen, inequívocamente.