Rosetta

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Una belleza con el sello de los Dardenne.

Rosetta ganó hace diez años la Palma de Oro y el premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes.

Diversos conflictos legales, tanto internos como externos, hicieron que esta pequeña gran película de los hermanos Dardenne -ganadora hace una década de la Palma de Oro y del premio a la mejor actriz en el Festival de Cannes- nunca se estrenara comercialmente en nuestro país (sí se pudo ver en algún ciclo).

Gracias a los esfuerzos del sello Zeta Films, que ya lanzó aquí El hijo y La promesa con gran aceptación (al igual que El niño y El silencio de Lorna , presentadas por otro sello local), este largometraje que consagró de forma definitiva a los cineastas belgas se verá finalmente en los cines argentinos y en copias en fílmico.

Vista hoy, la película mantiene el interés, el rigor, la tensión, la potencia, la falta de concesiones y la mirada implacable sobre la "otra" Europa, aunque es cierto que pierde parte de su impacto si se han visto los siguientes trabajos de los Dardenne, en los que mantuvieron una línea estética y narrativa muy similar a la de Rosetta .

Rosetta (Emilie Dequenne) es también el nombre de la heroína del relato, una chica algo gordita y no demasiado agraciada que vive en una casa rodante con su madre alcohólica (con la que mantiene una violenta relación de amor-odio) e intenta, sin demasiada suerte, conseguir un trabajo que la dignifique y le permita salir de su ahogo económico y existencial.

La aparición de Riquet, un joven que trabaja para su mismo empleador en la venta callejera de waffles, parece ser la ayuda y quizá la contención emocional que ella necesita, pero su bronca, su angustia, su impotencia y su desesperación pueden más y, así, ella termina boicoteando la relación. Como en todo el cine de los Dardenne, con pocos diálogos (es mucho más importante para ellos el lenguaje físico) y a partir de una historia íntima, Rosetta ofrece una pintura desoladora sobre la precariedad social y una ley de la selva en la que terminan luchando pobres contra pobres. La puesta en escena apunta -también como es habitual en ellos- a la utilización de la cámara en mano, siempre pegada a unos actores que resultan aliados indispensables de los directores para transmitir en toda su dimensión la contracara y las contradicciones de la Europa opulenta.