Rocketman

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

El inagotable subgénero de biopic recrea, por enésima vez, el meteórico ascenso a la fama de una estrella del rock and roll. En esta ocasión, la convocante figura de un artista prolífico y excéntrico como Elton John se resume como una deliciosa y emotiva aventura cinematográfica, que revivirá el conflictivo mundo personal y el ascenso a la fama de una de las estrellas populares de la música del siglo XX. Hábil compositor de encantadoras melodías, dotado de un talento innato para hacer del piano una extensión de su propio cuerpo, las canciones de Elton John destilan energía, contagian emoción y recrean, con luminosidad, los rincones más oscuros de su mundo personal, conflictuado y traumatizado; marcado por la anulación y el sometimiento permanente de un entorno familiar que jamás supo darle cariño y comprensión.

Centrándose en una etapa personal en donde el cantante buscaba superar el grave problema de adicciones en el que se encontraba sumido (la película comienza su relato emplazándose en el centro de rehabilitación donde la estrella se encontraba internada), “Rocketman” nos relata mediante el uso del flashback las instancias de su infancia y el tránsito hacia la adolescencia, en donde Elton descubre con fascinación su increíble don para tocar el piano con maestría. Poseedor de un oído musical absoluto, de una memoria fotográfica y de una gran avidez de aprendizaje, el joven aprendiz de músico aprendió el lenguaje a puro instinto, desafiando los mandatos familiares de un núcleo conservador y disfuncional.

Apoyado por su entrañable abuela pero continuamente ignorado por su severo padre (un ser adusto y despreciable que, paradójicamente, gustaba de coleccionar vinilos de Count Basie) y su intrascendente madre (superficial por completo), Elton encontró en la música una necesaria vía de escape a una realidad familiar que lo sofocaba, privandolo de expresar sus más íntimos deseos y encontrarse con su verdadera identidad. Estás huellas vivenciales se plasmarían en la temprana etapa compositiva del díscolo compositor, quien intenta exorcizar en bellas notas y armonías musicales todo el dolor y la incomprensión contenida.

A fines de los años ’50, la futura estrella es sacudida por la masiva fiebre del rock and roll, desatada por Elvis Presley. No sin ciertos clichés previsibles que prefiguran la típica figura paternal abandónica y la maqueta dramática bajo la cual se crea un joven inmerso en un núcleo familiar del que no se siente parte, la película logra sortear los mediocres lugares comunes para zambullir su relato hacia tramos notoriamente interesantes, intercalando los registros genéricos del biopic con el musical más puro. La historia de Elton John es la de un artista que supo encontrar la luz inmerso en su propia bruma de penumbras, sorteando férreas imposiciones socio-culturales y la continua segregación de un entorno que lo relegaba. El joven Reginald Dwight se encuentra con su alter-ego artístico Elton John (un nombre inspirado en la figura de su admirado John Lennon) en una fábula que asemeja a aquel artista que encuentra una gema preciosa en su interior, sabedor de que necesita fraguarse un destino que eluda las tibias ambiciones del pequeño pueblo en dónde se crió (Pipper).

Dirigida por Dexter Fletcher (quién también se había hecho cargo de la recientemente estrenada y premiada biopic de Queen, “Bohemian Rhapsody), “Rocketman” conjuga una interesante mixtura de relato de ficción con la recreación musical de baile y coreografía de algunos de los tempranos éxitos de Elton John (ya adulto, en la piel de un notable Taron Egerton), cuyas letras sirven para simbolizar un cuadro de situación -tanto epocal como personal- que atravesaba el joven músico, centrándose en sus duros comienzos: lidiando con los fantasmas de la permanente anulación, encontrándose con su potencial creativo, superando el descreimiento de los principales sellos discográficos y ganándose la vida como pianista de grupos afroamericanos de soul (“The Hollies” y “The scaffolds”). Autor de implacables y desgarradoras power ballads, como “Don’t let the sun Go down On Me”, el destino le guardaba sortear más de una vicisitud.

Durante los primeros tramos de su carrera musical, la película nos cuenta su encuentro con su inseparable compañero artístico Bernie Taupin, quién se convertiría a lo largo de los 50 años de trayectoria musical en su inseparable partenaire, aportando inolvidables líricas a la suntuosas melodías compuestas al piano. Un vínculo que devino en amistad fraterna y mutua comprensión, pese a la atormentada vida privada del genio compositor, acosado por sus adicciones durante décadas. La figura de Taupin fue clave en la resurrección personal que experimentaría Elton a finales de los años ’70, sirviendo de valioso sostén al cantante cuando la codicia y tentaciones de la fama (que potencian el ego y el narcisismo qué caracteriza a toda estrella de rock sabedora de su genialidad) amenazaban con fagocitar ese niño interior que el artista perseguía denodadamente. Al tiempo que éste encontraba en su naturaleza auténtica una inyección espiritual y anímica vital, afloró su verdadera identidad sexual y comenzó a despojarse de los oportunistas de turno al acecho de sacar provecho, tal como las reglas del negocio mandan.

Así es como podemos contemplar el nacimiento de una estrella extravagante, rocambolesca y desfachatada, desafiando el pre-concepto y el estatus del canon de estrella de rock por entonces. De tal modo Elton conquista los charts musicales, mediante tempranos éxitos como “This Is Your Song”, “Crocodille Rock” y “Goodbye Yellow Brick Road”, editados gracias a su primer contrato discográfico. Hito que lo llevaría a estrenarse tempranamente en tierras americanas: el desembarco de Elton en el mundo hollywoodense lo coloca en el epicentro de la movida musical angelina, codeándose con estrellas consagradas de la talla de Bob Dylan León Russell y Neil Diamond. Mediante una excelente recreación de época, observamos a un veinteañero y virtuoso compositor con aspiraciones de estrella mientras contemplamos la efervescente escena musical de la capital del rock del fines de los años ’60. Así, podemos ver legendarios recintos como The Troubadour (un mítico lugar donde debutará Guns n’ Roses, en junio de 1985) y The Hollywood Palladium (selecto reducto glam rock de los años ’80).

Desde los suburbios de Londres a la cumbre del rock mundial, Elton y su piano volador alcanzaron inesperadas alturas. “Rocket man” es la semblanza de un artista en estado de gracia: carismático compositor que conquistara las tapas de los diarios y las marquesinas hollywoodenses, en los comienzos de los años ’70, tomando por asalto la escena musical, con notable versatilidad. El autor de “Sacrifice” surcó los terrenos del rock, del pop y del rhythm and blues, plasmando a través de 30 discos de estudio y más de 300,000 copias vendidas a lo largo de medio siglo de carrera, un legado notable. Algunos hitos testimonian la huella de de uno de los artistas más influyentes del siglo XX: es integrante del Salón de la Fama del Rock and Roll desde 1994, ganador de cinco Premios Grammy y un Premio Oscar, producto de su participación como compositor de bandas sonoras para cine por el film “El rey león” (Can You Feel The Love tonight), en 1994. Como si fuera poco, el compositor de “Candle In The Wind” (escrito en memoria de la princesa Lady Di, 1997) puede atribuirse para si haber compuesto el sencillo más vendido de la historia.

Con originalidad e inventiva visual, Dexter Fletcher refleja la laboriosa transformación de un dotado musical convertido en genio, relatando su fulgurante encuentro con la fama (y su coqueteo con el diablo), retratando el éxito alcanzado por un auténtico self made rockstar, qué desafío y ganó todas las apuestas en su contra. Todos amamos a Elton.