Robo en las alturas

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Tan recién nacidas, tan llenas de futuro, la mayoría de las películas son prometedoras cuando empiezan. En sus primeros minutos, también Robo en las alturas lanza una serie de promesas. Comienzo musical con un bajo fuerte, ritmo de funk, luz opaca y bien definida del experto Spinotti, muchos personajes interpretados por actores conocidos, velocidad, una increíble pileta en una terraza, horizonte de entretenimiento estilo años ochenta con Alan Alda, Eddie Murphy y Matthew Broderick. Y Ben Stiller como protagonista, en el papel de un empleado ultra- profesional, leal y obsesivo, encargado de un edificio-torre de lujo de Nueva York, en donde viven ricos muy ricos. Muchos personajes, muchas relaciones, un espacio privilegiado. Buena base para que un buen director haga una buena película. No es el caso de Brett Ratner, director de desastres y mediocridades como Dragón rojo y Hombre de familia. Y llega el conflicto, "lo que desata la acción": el ricachón mago de las finanzas interpretado -con cierto cansancio- por Alda es detenido por el FBI. Otra vez estafas de gente de Wall Street en el cine de los Estados Unidos de hoy. Esta estafa, además, afecta a los trabajadores del edificio. Pero esta película no piensa la crisis. No piensa, no duda: apenas hace demagogia. Los que no son malos son buenos, y ya. Y se lanza desguarnecida (eso es no pensar: no tener defensas) a la mezcla de acción con comedia bajo el paraguas del formato plan-para-robo-justiciero.

Entonces pasan muchas cosas, todas malas. Con la excepción de la irrupción de Téa Leoni, con hermosas arrugas, sentido del humor y andar de botas firmes. Pero (también) la línea de romance se corta en cualquier lado. Y se suceden acciones o se encuentran objetos cuya explicación se hace verbalmente a posteriori, porque la narración avanza a ponchazos que dejan agujeros incomprensibles (¿la audiencia judicial adelantada?). La acumulación de personajes es tal que en el momento del "gran robo" a varios no se les encuentran tareas para hacer, como cuando en un asado hay demasiada gente dando vueltas por la parrilla. Las arbitrariedades del plan, de las suposiciones, de las habilidades de los personajes se acumulan y revelan una película desorganizada, desajustada, chapucera; se nos oculta información o se nos la da a lo bruto; no hay línea, no hay forma. Eso sí, hay plata para contratar actores. También hay comparaciones posibles con otras películas de robos, como con El plan perfecto de Spike Lee. En ese film había ritmo, precisión e intriga, aquí ausentes. Y con la reciente Misión: Imposible, porque hay gente colgando del lado de afuera de una torre. Pero el "robo en las alturas" de Robo en las alturas está contado con un desgano digno de un caso promedio de carteristas en el subte.