Robin Hood

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Antecedentes del héroe del bosque

Drama con acción antes que filme de aventuras, se luce todo su elenco.

Aquéllos que esperen ver a un hombre de calzas saqueando a los ricos para darles a los pobres en los bosques de Sherwood, mejor que se recuesten en sus butacas, disfruten la película y esperen a la secuela de esta Robin Hood del dúo Scott/Crowe, la misma pareja de Gladiador.

Tras los muchos cambios que fue teniendo el guión, con Crowe primero para personificar al Sheriff de Nottingham hasta esta suerte de precuela del arquero nacional y popular, la película une el clasicismo de Scott -historia lineal, escenas bien construidas, montaje perfecto, atildada reconstrucción de época- con una crítica a las intrigas palaciegas, el heroísmo no siempre bien entendido y hasta la democratización de los terratenientes ingleses cuando ven puestos en peligro sus derechos. y sus bolsillos.

Scott toma a Robin de regreso de las Cruzadas, acompañando al Rey Ricardo Corazón de León. El y su guionista Brian Helgeland (Río Místico) se toman algunas libertades con ciertos hechos históricos, pero el deseo del Príncipe Juan por acceder al trono una vez muerto Ricardo, la traición de los ingleses y el poder expansivo e imperial de Francia por apoderarse de Inglaterra están más que como telón de fondo de la historia.

Porque, insistimos, no es éste el Robin Hood ni de Errol Flynn, ni de Kevin Costner ni el zorrito dibujado por Disney en 1973. Robin se hace pasar por Sir Robert Loxley, un noble que acompañaba al Rey, y entrega en Londres el casco de Ricardo para partir a Nottingham. Allí se encuentra con Lady Marian (Cate Blanchett, mujer de arcos tomar) y el padre de Loxley (Max Von Sydow), a quienes cuenta la verdad. A todo esto, Robin ya comenzó a formar su grupejo de rebeldes, con el Pequeño Juan y el falso monje.

Todo lo que ocurra en Nottingham estará lejos de ofrecer aventuras propiamente dichas. Scott prefiere que la historia se desande por el camino de los diálogos más que de las acciones, dejando para la gran batalla final, en los acantilados, el clímax emocional.

Es cierto que muchos extrañarán la grandilocuencia de las batallas con que el mismo director bañaba en sangre y violencia Gladiador, en especial el comienzo del filme ganador del Oscar. Lo que no extrañarán es ver a Crowe con el mismo corte de pelo que en aquella película. Y si antes blandía la espada, ahora es el arco o el martillo con el que imparte, ejem, justicia por mano propia.

Hay algo evidente en el cine de Scott, y en particular en los relatos históricos que filma: los enfrentamientos cuerpo a cuerpo, con armas filosas, no tienen parangón alguno con las guerras del siglo XXI. El combate frente a frente, a caballo o de a pie, generan una cercanía que redunda en empatía con los protagonistas.

Scott volvió a secundar a Crowe, a quien el personaje le cae como anillo al dedo, con un notable elenco: Blanchett, Von Sydow, William Hurt, Mark Strong, Oscar Isaac, Danny Huston, todo para que la historia se siga con sumo interés, haya o no haya sangre y peleas. Así vale la pena.