Rita y Li

Crítica de Fredy Friedlander - Leedor.com

A lo largo de algo más de 20 años, el cordobés Francisco D’Intino ha venido construyendo una carrera cinematográfica no muy extensa y relativamente discreta, siendo “Rita y Li” su cuarto largometraje. Esta misma semana se estrena el documental “Caicaras, los hombres que cantan”, quinto film de D’Intino.

La historia es relativamente sencilla y más de una vez transitada por el cine argentino. En este caso Rita es una joven paraguaya que llega a Santa Fe en busca de trabajo. (Curiosamente en “Las acacias”, film de próximo estreno, también uno de los dos personajes centrales es una mujer paraguaya). Rita es conchabada por el dueño de una tintorería (Juan Palomino) de dudosa ética, como lo sugieren las extrañas cajas que llegan diariamente al negocio.

Pero Rita no está sola ya que junto a ella trabaja una mujer oriental que al principio se muestra algo hostil y muy rígida con su nueva compañera. Li, tal el nombre del personaje, es interpretada por Miki Kawashima cuya actividad artística hasta el presente era en el terreno de la danza. Un error de casting presenta a la bailarina japonesa como una mujer china, siendo en verdad bastante diferentes físicamente las personas de ambos países. Sería similar al efecto que nos produciría ver a un mexicano, por ejemplo, interpretando a alguien de nuestro país.

Por suerte tanto la debutante en cine de origen japonés como Julieta Ortega, en el rol de Rita, son el punto más fuerte de esta modesta producción, compensando la debilidad de un guión que no brilla por su originalidad. Hay buena química entre ambas mujeres y a medida que avanza la historia se va generando una cierta empatía entre ambas cuando por ejemplo Li acepta cobijar en su propia pieza a Rita, luego de ser ésta acosada por su locatario (Juan Manuel Tenuta).

Algunos otros personajes completan el reparto. Por un lado no se entiende bien la inclusión de Antonio Birabent, un de los habituales clientes de la tintorería, quien se ocupa de su bebe al estar su esposa, azafata, ausente casi todo el tiempo. Más logrado es el que compone Enrique Dumont (“Rosarigasinos”) como un cafetero ambulante que visita diariamente el negocio. El personaje es simpático y su inclusión parece un homenaje al padre (Ulises), quien había sido protagonista de los tres films anteriores de D’Intino.

Un final relativamente “feliz” aunque con algún episodio de sangre cierra esta discreta obra dramática que pudo haber volado algo más alto.