Rey de ladrones

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

En el fútbol se dice que son jugadores que tuvieron su oportunidad de jugar en Primera, pero nunca “llegaron a explotar”.

Puede hacerse el paralelismo con Rey de ladrones: tendría todo para ser un buen filme, pero no.

Es la película la que no llega a explotar, aunque tenga jugadores de Primera, con Michael Caine a la cabeza como el líder de una banda de criminales, a punto de dar un golpe majestuoso.

Además, la historia es real, y sucedió hace menos de cinco años...

A sus 85 años, Caine interpreta a un estafador que acaba de quedar viudo, y reúne a un viejo grupo de criminales -el más chico pasó los 60-, junto a un joven que le tira un dato: en un depósito de Hatton Garden, en Londres, una bóveda fortificada utilizada por comerciantes y joyeros, habría un botín multimillonario. Durante la Semana Santa de 2015 ingresaron agujereando una pared y lo que se llevaron habría rondado los 20 millones de dólares, entre joyas y libras.

El problema con Rey de ladrones es que la historia no termina de arrancar jamás. Ni siquiera luego del robo, cuando deben hacer la repartija entre todos hay un gramo de imaginación o agudeza.

Jim Broadbent, Tom Courtenay y Ray Winstone son “los grandes” que participan del asalto, más Paul Whitehouse, ya que el personaje de Caine se queda afuera por razones de salud (el joven que le tiró la data, y que participa del atraco queda en repartir su parte 50% y 50%).

Pero ni como comedia ni como filme de acción, Rey de ladrones convence. Porque si hacían bromas en la bóveda o después, bien pudo ser cierto, pero los gags son tan flojos que no logran ni una mueca.

Y James Marsh, el realizador de La teoría del todo, que nada tiene que ver con el género al que aquí se abocó, no supo imprimirle ni energía a las escenas de acción -bah: ancianos abriendo cajas de seguridad o transportando lo robado a un camión de pescado que provee el personaje de Michael Gambon, bastante más delgado que en El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante-, por lo que desde la platea uno siente que tamaño elenco ha sido desaprovechado. Tampoco es lo que se dice un robo.