Resident Evil: Bienvenidos a Raccoon City

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Alarma de contaminación

Acorde con la impaciencia e impulsividad de las sociedades contemporáneas, Hollywood cada vez deja pasar menos y menos tiempo entre el supuesto remate de una franquicia y su relanzamiento a toda pompa, tomemos de ejemplo Resident Evil: Bienvenidos a Raccoon City (Resident Evil: Welcome to Raccoon City, 2021), opus de Johannes Roberts, séptima entrega de una saga que comenzó con Resident Evil (2002), de Paul W.S. Anderson, y que se suponía había finiquitado con Resident Evil: Capítulo Final (Resident Evil: The Final Chapter, 2016), también de Anderson, señor que por cierto viene de dirigir la formalmente semejante Monster Hunter (2020), a su vez protagonizada por su esposa desde 2009, Milla Jovovich, estrella de toda la andanada de películas hasta el día de la fecha vía el rol de Alice, personaje creado para los films que no estaba en los míticos videojuegos originales de Capcom. El errático Roberts, director y guionista que aquí cae al nivel de la anterior Terror a 47 Metros: El Segundo Ataque (47 Meters Down: Uncaged, 2019) y no puede regresar al esquema retórico de las simpáticas A 47 Metros (47 Meters Down, 2017) y Los Extraños: Cacería Nocturna (The Strangers: Prey at Night, 2018), ésta una secuela muy tardía de Los Extraños (The Strangers, 2008), joya del slasher de Bryan Bertino, se propone dejar de lado el manto de cine de acción hiper delirante de Anderson, a quien sinceramente jamás le interesaron demasiado los videojuegos japoneses originales, y retomar aquella claustrofobia tradicional de las consolas y la atmósfera de terror asfixiante de supervivencia que caracterizó a la saga antes de su arribo al séptimo arte y la consiguiente metamorfosis.

Proponiéndose redondear una especie de reboot que asimismo es precuela porque en esta oportunidad se narra la propagación en Raccoon City del infaltable virus creado y pulido por Umbrella, una compañía farmacéutica, en calidad de arma biológica que zombifica y genera mutaciones a diestra y siniestra, Roberts en primera instancia borra por completo el personaje de Jovovich y lo reemplaza de manera tácita por Claire Redfield, la protagonista original de los videojuegos que aquí cae en manos de la bella y eficaz Kaya Scodelario y que ya había tenido una generosa participación -aunque aún en términos de secundario- vía la anatomía de Ali Larter en Resident Evil 3: Extinción (Resident Evil: Extinction, 2007), de Russell Mulcahy, Resident Evil 4: La Resurrección (Resident Evil: Afterlife, 2010), otra de Anderson, y la mencionada Resident Evil: Capítulo Final, ese cierre narrativo que no fue tal ni mucho menos. La historia en sí es microscópica y se asemeja a un relato coral que pretende cubrir la suerte de una retahíla de sobrevivientes de la debacle zombie entre los que se destacan Redfield y su hermano mayor, el policía Chris (Robbie Amell), los cuales eventualmente deberán enfrentarse al máximo representante de Umbrella dentro de la lógica de la trama, el maquiavélico Doctor William Birkin (Neal McDonough), científico de índole frankensteiniana que ni se inmuta por la crueldad de sus experimentos en nombre de la corporación ni por el hecho de que utiliza a pobres huerfanitos en el hospicio de turno propiedad de la firma, sede de la acción como otros entornos clásicos de las consolas como la comisaría y la Mansión Spencer, ejes del segundo y primer videojuego, respectivamente.

Resident Evil: Bienvenidos a Raccoon City, efectivamente, se mantiene mucho más cerca de la experiencia lúdica primigenia pero también deja en evidencia que ésta no se adapta del todo bien a un contexto cinematográfico que requiere mayor desarrollo porque aquí no hay jugadores que puedan participar en tercera persona de lo acontecido sino espectadores que dependen de los personajes en cuestión, los cuales sinceramente dejan bastante que desear y por supuesto el cansancio de la saga tampoco ayuda demasiado que digamos, todo ya visto hasta el hartazgo tanto en los productos de Capcom como en el ámbito del séptimo arte, aquí quedando muy en primer plano toda la cinefilia loable aunque redundante de un Roberts que retoma la contaminación y la destrucción final de El Regreso de los Muertos Vivos (The Return of the Living Dead, 1985), neoclásico de Dan O’Bannon, el diseño de criaturas y la algarabía espeluznante del Stuart Gordon circa Re-Animator (1985) y Desde el Más Allá (From Beyond, 1986) y especialmente el acecho meticuloso del John Carpenter de Asalto al Precinto 13 (Assault on Precinct 13, 1976), Halloween (1978), La Niebla (The Fog, 1980), Escape de Nueva York (Escape from New York, 1981), La Cosa (The Thing, 1982), El Príncipe de las Tinieblas (Prince of Darkness, 1987), Sobreviven (They Live, 1988), En la Boca del Miedo (In the Mouth of Madness, 1994) y Vampiros (Vampires, 1998), entre otras faenas que hicieron de la combinación de conspiraciones, agite horroroso y antihéroes extraídos del western su horizonte ideológico y razón de ser, mixtura que el amigo Johannes intenta copiar sin mayores logros a la vista que el gesto nostálgico en sí.

Si nos limitamos a las comparaciones dentro de la misma saga, este flamante eslabón de la interminable cadena tampoco consigue acercarse en lo que atañe a entretenimiento hueco/ pasatista/ ultra tontuelo a la realización original del 2002 ni a sus dos corolarios iniciales, Resident Evil 2: Apocalipsis (Resident Evil: Apocalypse, 2004), de Alexander Witt, y la nombrada Resident Evil 3: Extinción, umbral de calidad que por cierto no es precisamente elevado si recordamos que el británico Anderson empezó su derrotero profesional con las cada día más lejanas Shopping (1994), Event Horizon (1997) y Soldier (1998), opus de lo más disfrutables dentro de su impronta trash con un presupuesto digno, y el propio Roberts hasta Terror a 47 Metros: El Segundo Ataque y Resident Evil: Bienvenidos a Raccoon City parecía haberse instalado en una sana Clase B paradójicamente mainstream gracias a Los Extraños: Cacería Nocturna y A 47 Metros, obras que nos llevaron a olvidar a conciencia sus calamitosos orígenes vía las muy fallidas F (2010), Roadkill (2011), Storage 24 (2012) y El Otro Lado de la Puerta (The Other Side of the Door, 2016). Si bien cuenta con una primera mitad de presentación de personajes más o menos decente, la verdad es que el resto del convite puede leerse como una enumeración bastante palurda de estereotipos de las hecatombes de muertos vivientes y mutantes varios de aquel inefable “survival horror” de antaño, hoy con un CGI que lejos está de conseguir emular en serio a los queridos practical effects de Gordon y con un periplo que cae muy por debajo tanto del cine de O’Bannon y Carpenter como de los acertijos, la exploración y las gloriosas carnicerías de las consolas…