Renfield: asistente de vampiro

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

La nueva película de Christopher McKay irrumpe en la gran pantalla haciendo gala de un hype fenomenal y contando con Nicolas Cage en su reparto, bajo la piel del Conde Drácula. El nativo de Long Beach, próximo a cumplir sesenta años y en su regreso a la cartelera luego de la disfrutable “El Precio del Talento”, une fuerzas con el director de “La Guerra del Mañana” (2022), a quienes se les adosa Ryan Ridley, guionista de la serie “Invencible”, en co-autoría junto a Robert Kirkman.

“Renfield” representa un descalabro a toda velocidad y un homenaje a la historia del cine de Drácula, profusa por antonomasia. A través de imágenes mimetizadas con estilo se nos recuerda al mitológico conde llevado a la gran pantalla por Tod Browning para el film estrenado en 1931, con Bela Lugosi como protagonista. La narrativa en hipertexto y la cultura de la hipérbole confluyen confiando el destino del producto en una series de clichés que se saben tan inmortales como la sed vampírica. La aventura da comienzo, con música del histórico Marco Beltrami, e indaga en los códigos del humor terrorífico que, con sapiencia, conocen en sus respectivas trayectorias Ridley y Kirkman. Sendos nombres propios que se escriben con mayúscula en el mundo de la novela gráfica; currículum al que “Renfield” pretende sacar partido.

Las películas de vampiros constituyen un subgénero con vida propia, inagotable y es así como la presente obra incorpora ingredientes preexistentes para sazonarlos con intermitente creatividad e ingenio. El poder y el sometimiento son conceptos a explorar en esta moderna historia de monstruos. “Renfield” trasciende la referencia mera, la parodia y el guiño, con miras a ensayar un salvaje divertimento autoconsciente de su condición. McKay coloca la violencia al servicio del espectador: sangre a borbotones inunda el plano en una New Orleans atestada de corrupción policial y dominancia gangster. Gore en digital y carcajadas se confunden, para regalarnos un festival de amputaciones y explosiones de cuerpos.

Nicholas Hoult y Nicolas Cage se combinan en este desaforado y auténtico festín carnal (coincidiendo en un set por segunda vez luego de “El Hombre del Tiempo”, de Gore Verbinsky, estrenada en 2005). Lo desaforado en Cage luce amenazante en igual medida que patético. Grotesco y delirante, entrega una perfomance de la cual solo él es capaz. Resulta atractivo el modo en que el film confronta sendos caracteres, paliando así otras carencias. Los intérpretes ofrecen antagonismo puro, reflejado en relaciones tóxicas, abuso intelectual y físico. Técnicamente inobjetable, colores pop, intensos y vibrantes, sumado a una música grandilocuente y a un nada desechable dinamismo en el uso de la cámara, se ejecutan en sincronía para diagramar una criatura cinéfila mixturada con vigor y espíritu comercial.