Reloj, Soledad

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

“Reloj, Soledad” es una película independiente que se hace de ideas que parten de premisas claras: el mundo del trabajo, el trabajo y el tiempo, el trabajo y la soledad. Una palabra clave pareciera orbitar alrededor del relato: trabajo. Somos testigos de la vida de una mujer de oficio en su ámbito más cotidiano. Punto de partida para una ficción que empatiza con el registro documental, o será que la ficción coquetea con este. Filmado en una fábrica en Villa Domínico, Cesar González regresa al ámbito que tan bien sabe abordar: el cine conurbano, esa frontera en donde miles de submundos que conviven. Esa reserva social, un territorio indómito a medio descubrir. González conoce como la palma de su mano espacios habita, transita y registra. Es un autor que saber tocar fibras sociales para repensar, revalorizar y redescubrir ideas que materializan tales inquietudes. Creyente de un cine de intervalos y contemplación, se decide aquí a narrar la soledad del personaje, inmerso en un universo rutinario, autómata. El realizador concibe el discurso audiovisual como un instrumento para visibilizar cierta mirada del mundo. La cámara, su aliada, abre ciertas percepciones. Con distancia prudente, ejerce un enfoque diametralmente opuesto al omnisciente. Examina a su protagonista y la estratificación social que la alberga, constata una caída que desencadena hechos subsiguientes. Así es como trabaja el concepto de culpa. Érica Rivas y Edgardo Castro son los rostros conocidos de un elenco en el que sobresale el revelador talento de Nadine Cifré.