Reality

Crítica de Rolando Gallego - El Espectador Avezado

Al igual que en la presentación de un programa de TV que recién comienza con tomas aéreas y una música que inspira, en “Reality”(Italia, 2012) de Matteo Garrone (Gomorra), entramos en esta particular historia a través de tomas de un carruaje, barroco por donde se lo mire, tirado por caballos.
El carro ingresa a “La Sonrisa”, un lugar de eventos en el que se desarrollará la boda de una pareja de la que participarán los personajes de la película. Un evento con la misma desmesura y exageración presente en los reality shows, que desde hace un tiempo han marcado el pulso de la televisión mundial.
Dentro de esta tipo de programas, hay uno que dio el puntapié y hasta la fecha se mantiene liderando los ratings en los países que aún se lo re versiona. Obviamente estoy hablando de Gran Hermano, el megasuceso de la productora holandesa Endemol, que en Italia se lo conoce como Grande Fratello.
Justamente en la boda del inicio hay un ex integrante de la casa (que pasó según dicen, 116 días encerrado) que deslumbra a Luciano (Aniello Arena), vendedor de pescado de una feria y lo hace pensar en participar en el casting del programa. Sus hijos lo convencen y habiendo pasado dos pruebas se transforma en el héroe de su pueblo.
Pero más allá de los castings, la fecha de inicio de la nueva versión se acerca, y el teléfono de Luciano no suena. NUNCA. O sí. Pero no para lo que él quiere.
Y así el protagonista creerá que cada sujeto que se le acerca es alguien de la producción del envío que lo está evaluando para ver si lo hacen ingresar o no (brillante la escena en la que un mendigo le pide unas almejas, se las niega y cree que no lo llamarán por eso).
Paranoia. Se lo comparte a su amigo Miguel que le dice “a todos nos miran y vigilan, el señor nos vigila”. Locura. Tristeza. Soledad. La cámara sigue a Luciano por sus lugares habituales. Siempre espiando. Con su familia. Su mujer. Sus hijos. Todo se comienza a deteriorar.
Si no es convocado al programa, debe generarlo. Vende la pescadería. Regala sus pertenencias. Busca en la religión y hasta en la misma TV alguna respuesta. No la encuentra.
Garrone construye la cinta con algunos momentos de cámara en mano y en constante movimiento. Somos voyeurs toda la película. Espectadores de la terrible ansiedad de un sujeto que quiere triunfar en medio de un país que está inmerso en una crisis económica profunda.
Porque en las largas filas para ingresar a Grande Fratello, hay un síntoma de época, que se refleja en las larga lista de desempleados que aún creen en la vía rápida que consisten los reality para conseguir dinero y fama.
Quieren de manera fácil cambiar su destino. Nada tiene que ver con lo que pasa en Argentina con los menos de 15 minutos de éxito que predijo Andy Warhol para cada persona. Aquí cuando termina una edición de GH todo psa al olvido.
Hay un impecable plano secuencia en el que Garrone con su cámara circula por todas las habitaciones del conventillo (post fiesta de casamiento) y todos se desnudan. Ahí nos dice: van a ver una película, pero si vieron Gran Hermano, podrían estar viendo el canal de 24 horas de transmisión. Metadiscurso. El cine dentro de la TV. La TV dentro del cine (el casting que realiza Luciano se desarrolla en Cinecittá).
“Reality” es una película que deambula entre la mera exhibición de lo que muestra y la imposibilidad de separarse de su protagonista, omnipresente en todo el filme, con el que generamos una empatía desde el primer plano para luego ir de a poco separándonos de él.
Hay un dejo nostálgico desde la mitad del metraje en adelante, que opaca algunas observaciones del director. Cruda. Dura. Triste. Real. Como la vida misma.