Rápidos y furiosos X

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

TODO CGI

No deja de llamarme la atención que, en diversas entrevistas, el director de Rápidos y furiosos X, Louis Leterrier haya remarcado que buscó que todo se sintiera más “realista” y no apelar tanto a los efectos visuales. Porque la verdad es que el CGI es el factor predominante en una película donde todo luce artificial -que no es lo mismo que artificio-, como si fuera un gran efecto especial de ciento cuarenta minutos. Es que si todo en la saga -desde las estructuras narrativas hasta los personajes- era pura superficie, eso en esta décima entrega queda muy explícito, en una experiencia ciertamente agobiante.

Todo es CGI en Rápidos y furiosos X, comenzando por la trama: aparece otro villano -otro más y van- motivado por la venganza, a partir de hechos del pasado que tuvieron consecuencias inesperadas y que reformulan situaciones previas. Esta vez es Dante (Jason Momoa), el hijo de Hernán Reyes (Joaquim de Almeida), que era el antagonista de Rápidos y furiosos 5in control. Si ya el recurso había sido utilizado en Rápidos y furiosos 7, la película hace de cuenta que eso es nuevo y avanza con total arbitrariedad, forzando dilemas y conflictos. Esa artificialidad narrativa también se expresa a través de una dispersión enorme, con varias subtramas, personajes y locaciones que inflan la estructura del relato: el film podría durar tranquilamente menos de dos horas, pero en cambio supera los 140 minutos, con una gran cantidad de pasajes que sobran de forma muy patente.

Pero también es CGI la puesta en escena que delinea Leterrier: en Rápidos y furiosos X no hay sensación alguna de peligro, ni vértigo ni tensión. Y eso que hay explosiones, tiroteos, choques y acrobacias por doquier: la saga vuelve a tratar de empujar los límites de destrucción, con la vocación y delicadeza de un elefante en un bazar. Sin embargo, ninguna de esas instancias de acción desatada involucra mínimamente al espectador: todo es una contemplación distanciada de un espectáculo hiperbólico que termina funcionando como un gran anestésico. No hay fisicidad alguna en el film y por eso ni siquiera peleas como la que se da entre Letty (Michelle Rodriguez) y Cipher (Charlize Theron) son mínimamente atractivas. Todo es grandote, brilloso, excesivo en Rápidos y furiosos X, pero nunca verosímil o creíble: no se trata de pedir realismo, sino de pedir aunque sea una mínima dosis de cine a una franquicia que ha tomado la posta dejada por Transformers en lo que se refiere al predominio absoluto de la artificialidad.

Quizás esto se deba a que ya los mismos protagonistas de Rápidos y furiosos X son puro CGI, figuras de cera condenadas a repetir un mismo rol, un mismo conflicto, una y otra vez, secuela tras secuela. Ahí tenemos, por ejemplo, a Tej (Ludacris) y Roman (Tyrese Gibson) haciendo los mismos chistes de pareja despareja de siempre, con mínimas variaciones; a Letty limitándose a ser la chica ruda y pareja fiel; o a Deckard Shaw (Jason Statham) poniendo cara de malo con buen corazón. Y lo de Dominic Toretto (Vin Diesel superando todos los niveles posibles de inexpresividad), con su discurso familiar que atrasa por lo menos medio siglo, ya cansa hasta el más conservador. En cuanto a las incorporaciones (Daniela Melchior, Brie Larson, Alan Ritchson) tampoco aportan mucho, porque no distan de ser meros instrumentos del guión. Solo Momoa y John Cena -este último en una subtrama completamente innecesaria- se salvan, pero más que nada por una apuesta al disparate desde sus interpretaciones

Rápidos y furiosos X quiere dejarnos con la boca abierta a partir de un cierre donde deja todo abierto y reincorpora a un par de figuras emblemáticas de la saga. Pero en verdad solo ratifica que no hay sensación de peligro o dramatismo en su universo totalmente artificial. Allí la muerte o la maldad no tiene valor: siempre se puede revivir en alguna de las entregas siguientes; aparecer de la nada para generar conflictos nuevos; o tener algún arco de redención porque total, al final lo que importa es la Familia. Y, por supuesto, el CGI, que es la única materialidad de una franquicia que, por más que siga cosechando millones de dólares, ha pasado a convertirse en un objeto efímero e irrelevante.