Rango

Crítica de Rodrigo Seijas - CineramaPlus+

El vaquero Verbinski

Este extraordinario western animado es, en muchos aspectos, un compendio de la obra anterior de Verbinski y un curso intensivo de cine.

Rango constituye la confirmación de Gore Verbinski como un nombre relevante dentro del panorama del cine estadounidense. Su caso es en extremo complejo, por la variedad de géneros que ha abordado. Y siempre aportando variables de interés: hasta en La mexicana, probablemente su filme más fallido, había una mirada sobre la pareja, los códigos de la comedia romántica en combinación con el policial o incluso al western y el impacto del star system, que escapaba de las convenciones habituales. Si el análisis se adentra en el resto de su filmografía, no deja de ser llamativo el parejo nivel de complejidad: un debut con un filme infantil como Un ratoncito duro de cazar, con una atmósfera oscura y retorcida; un filme de horror como La llamada, capaz de superar al original japonés; la trilogía de Piratas del Caribe, resucitando el espíritu aventurero de décadas pasadas con un toque moderno que no eludía lo barroco; y un drama sin una redención completa a la vista, como El sol de cada mañana, que terminaba constituyéndose en una especie de anti-Belleza americana, en el mejor de los sentidos.

Este western animado que es Rango es en muchos aspectos como un compendio de su obra anterior, un curso intensivo del cine (e incluso el mundo) según Verbinski. Y no sólo porque la presencia de la voz de Depp en el bizarro protagónico o de Bill Nighy en un villano tan temible como coherente, más la música de Hans Zimmer, evocan a la saga de los piratas. Hay indudablemente una línea estética que se revela totalmente asentada y consciente de sí misma.

Desde su mismo comienzo, desconcertante y potente a la vez, con una clara violación de la cuarta pared, una manipulación explícita del concepto de narración y hasta cierto coqueteo con el campo teatral, Rango se distingue de la gran mayoría de los ejemplos del cine actual, y no sólo en el ámbito animado. Sus cambios de ritmo son tan imprevistos como coherentes, porque las situaciones que se van presentando, por insólitas que parezcan, no dejan de delinear el camino del héroe que es Rango, un camaleón que pasa de imaginarse como la gran estrella de una épica sin precedentes, a tener que hacerse cargo de esa posición que siempre ansió.

Este gran personaje (perfecto para la voz de Depp) consigue imponerse al principio y asumir el rol de supuesto mesías, de símbolo de la justicia, a partir de un conocimiento teórico. Sólo cuando pase a la acción, cuando deba enfrentarse a sus miedos, será cuando se complete su identidad. De ahí que el filme sea un particular análisis sobre la diferencia entre discursos y hechos, entre palabra y acción, sobre cómo pueden unirse pero también separarse.
Verbinski se permite tomar elementos del John Ford de Un tiro en la noche, pero también del Howard Hawks de Río Bravo, aunque la referencia más visible sea hacia el cine de Clint Eastwood y su conexión con Sergio Leone. Pero no es un formalismo vacío lo que se ve, ni citas arbitrarias, sino más bien lecciones aprendidas y una voluntad inquebrantable por actualizar el espíritu del western.

Lo mismo se puede decir de los múltiples enlaces con el universo pictórico, la magnífica fotografía de Roger Deakins –utilizando toda clase de tonalidades con igual inteligencia- o la música de Zimmer, quien se redime de su pretencioso trabajo de El origen para brindar una banda sonora poderosa, tan divertida como conmovedora, de múltiples gamas y que acompaña el relato potenciándolo sin pisarse en absoluto.

Y todo esto lo vemos en una película infantil, pero que se bancaría sin problemas ser proyectada en cualquiera de las secciones más rebuscadas del BAFICI. Rango es una muestra cabal de lo que pueden darnos esos pequeños (¿o gigantes?) huecos que deja abiertos Hollywood de vez en cuando. Verbinski sacó su revólver, disparó y dio justo en el blanco, haciendo estallar todo por el aire. Luego montó en su caballo y partió hacia el horizonte. Ahora nos toca a nosotros, críticos y espectadores, seguirlo rumbo a la aventura.