Rams: la historia de dos hermanos y ocho ovejas

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

Rams: la historia de dos hermanos y ocho ovejas o la soledad del granjero islandés

Rams: la historia de dos hermanos y ocho ovejas, tiene a uno de los más asombrosos directores de fotografía del cine actual, el noruego Sturla Brandth Grøvlen, responsable, desde la cámara, del plano secuencia -o sea del único plano- de la potente y vibrante Victoria de Sebastian Schipper. Rams, más quieta, comienza con un plano del paisaje, un paraje solitario y rural de Islandia. La dureza de las condiciones, la soledad y la topografía se definen con eficacia en la imagen. Y también con belleza rústica, árida, bañada por una luz fría, apagada, incluso en la temporada post invernal.

Los encuadres narran con una facilidad y una prestancia que la progresión dramática de la película encuentra de forma esporádica. Dos hermanos solitarios, barbudos, enfrentados pertinaz, obcecadamente -como si fueran los carneros del título- se dedican a la cría de ovejas, unos bellos ejemplares que hacen competir en certámenes. Luego de una de esas competencias, aparece una enfermedad ovina neurodegenerativa y contagiosa -scrapie o tembladera, pariente del mal de "la vaca loca"- y llega la orden pública de sacrificar los animales, base de la economía de la zona. La línea de contexto, de los otros granjeros y de las políticas públicas que intentan paliar la situación a la vez que sugieren a los granjeros cambiar de actividad, asoma con timidez y no se impone.

Rams resalta la soledad de una tarea actual pero que parece de otro tiempo: de ahí, quizás, el almanaque de 1978 de Gummi en una puerta de su casa, como si manejara un tiempo distinto, atrasado. Y sobre todo dispone como eje de la narración la relación entre los hermanos Gummi y Kiddi, que se cuenta con módicas dosis de humor absurdo, hierático y tragicómico, como del cine de Aki Kaurismäki, pero con menos vuelo y menos ternura, que aparece ocasionalmente en la relación de los protagonistas con sus animales. El ritmo de Rams apuesta a la parsimonia en los diálogos, a esa demora sensible en la pausa, ese tiempo para observar los movimientos y cada situación, para admirar los encuadres, para absorber esa elegancia caligráfica que muchas veces se considera un gran valor cinematográfico y consigue premios. Sin embargo, todas esas características no logran disimular del todo que la relación entre los hermanos se resuelve con uno de esos finales que pueden definirse como impactantes, o también como una conclusión rimbombante para escapar de una narrativa a esas alturas difícil de resolver.