Ralph: el demoledor

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

En varios frentes

El filme animado apunta a públicos de distintas generaciones. Y no defrauda a nadie.

Como un homenaje a la cultura de los antiguos videojuegos, pero no los que juegan por Internet, los videos de consola que estaban en un local y en los que había que poner una fichita, Ralph, el demoledor usufructúa la nueva tecnología para aunar a distintas generaciones en un busca de un entretenimiento integrado. Todo, combinado en una aventura del tipo dos extraños se conocen, se relacionan y realizan una road movie .

El primer desafío, desde lo formal de Ralph , consistía en la implementación y contraposición de los mundos de los videogames. Es que el espectador -el chico, el joven, el adulto- vivirá inmerso en esos espacios. Y si no son iguales los universos de los videogames de los ’80 a los actuales, hay algo que Disney mantiene: la integridad de sus personajes.

Con lo cual, Ralph, el demoledor , que llega en 3D, tiene puntos de contacto con varios clásicos del estudio del que ahora John Lasseter, el mismo que nos enseñó que los juguetes podían hablar, es director creativo.

El juego el que participa Ralph tiene su contrincante. Mientras él, grandote, forzudo y de brazos impresionantes, destroza una y otra vez un edificio, el simpático de Félix, martillo en mano, lo repara. El tiempo y la rutina cansan a cualquiera, y Ralph lo dice en una reunión de malvados anónimos: “No quiero ser más un tipo malo”.

Lo que Ralph quiere es que valoren su trabajo. Entiende que si obtiene una medalla, en otro videogame, tal vez los vecinos del edificio lo inviten a los cocktails que suelen organizar. Y se las arregla para ingresar a Hero’s Duty, donde se une a la sargento Calhoun y los suyos para eliminar a un virus que toma forma de bicho arácnido cibernético. Y de ahí a va a parar a Sugar Rush, un mundo de ensueño para chicas con sabor y color a caramelos varios, donde conoce a Vanellope.

La chica de voz ronca es una “falla”. Y si siempre hay un roto para un descosido, Ralph y Vanellope son tal para cual. Primero se enfrentan, luego se amigan, al final se comprenden. Ambos se necesitan: ella, para ganar una carrera de autos en el juego; él, para recuperar su medalla.

Lo claro es que todos los personajes de Ralph tienen su fuerte personalidad y asumen las consecuencias de cada reto que encaran. En eso, Pixar ya ha hecho escuela, y Lasseter parece decidido a exportarlo a Disney. Si los juguetes cobraban vida, hablaban y mostraban emociones, en el universo digital, ¿por qué no habrían de hacerlo los protagonistas de los videojuegos?

Vean, si no, al malvado de turno, King Candy: no es otra cosa que un remix del Lotso, el oso de peluche malo de Toy Story 3 , y una mezcla de El Sombrerero de loco y un dictador de república bananera que comanda Sugar Rush. Ralph y Vanellope son dos desclasados, dos seres fuera de la regla, que nadie quería ni daba un cuarto de dólar por ellos. Uno, villano antiguo pasado de moda, la otra, una falla de un videogame: la sociedad perfecta.

Rich Moore, director en TV de Futurama y de varios capítulos de Los Simpson y El crítico , le adosa a la historia una veta de humor, a veces sarcástico, siempre innovador, ya desde la historia en cuya trama él mismo participó.

Si opta por la versión original en inglés, podrá escuchar a John C. Reilly y a Jane Lynch (la profesora de Glee ) como la sargento. Y como la peli es para grandes y chicos, la banda de sonido pueden -y deben- compartirla Rihanna y Cool & the Gang. Lo dicho: diversión para todo público.