Quiero matar a mi jefe

Crítica de Mex Faliero - CineramaPlus+

Entretenida comedia sostenida con buenos gags y notables actuaciones.

Esta comedia de Seth Gordon fue recibida con bastante frialdad (sobre todo si la comparamos con la sobrevalorada ¿Qué pasó ayer? ) e, incluso, la crítica repitió hasta el hartazgo que Quiero matar a mi jefe empieza muy bien y se desinfla pasada su primera mitad. Sin verla, uno suponía que esto podía ser cierto, especialmente si teníamos en cuenta que Gordon había dirigido anteriormente Navidad sin los suegros, ejemplo inmejorable de cómo arruinar una buena comedia con conservadurismo, traición a sus propios postulados y una evidente carencia de humor en la última media hora. Si bien es cierto que Quiero matar a mi jefe cambia de tónica en su segunda mitad, esto no significa que la película sea peor sino que es diferente. El inconveniente pasa por esperar de la película algo que no es, y eso ya es un problema del que mira y no tanto del objeto observado. La película arranca como una sátira sobre los vínculos de poder en el trabajo y continúa -cuando estalla su subtrama de comedia policial negra- como una comedia con mucho de slapstick y bastante de cinismo en la mostración de tres torpes que se meten en algo que los supera: asesinar a sus jefes.

Nick (Jason Bateman), Dale (Charlie Day) y Kurt (Jason Sudeikis), en diferentes grados, sufren a jefes que pueden ser psicóticos, discriminadores, abusadores sexuales. En todos los casos, seres perversos que disfrutan de su posición sobre sus subordinados: Kevin Spacey, Colin Farrell y Jennifer Aniston en actuaciones inmejorables, haciéndose un festín con sus personajes despreciables. Una noche de borrachera en un bar, el trío decide que es buena idea la de eliminar a sus jefes y resuelven contratar a un killer que se encargue del trabajo (también impagable, Jamie Foxx). Es en ese momento cuando la comedia hace un giro, que para algunos resulta cuestionable. En verdad, Quiero matar a mi jefe se torna desde ese momento más interesante. Y la resolución final hace mucho más complejo y ambiguo su punto de vista.

Si bien en un comienzo es la sátira sobre el mundo laboral post crisis financiera en los Estados Unidos (con referencia a Lehman Brothers incluida) lo que moviliza la narración, la segunda parte parecería dejar de lado aquella crítica y centrarse más en las torpezas de los protagonistas. Personajes, por cierto, entre imbéciles y patéticos, imposibilitados de llevar adelante cualquier plan: hay incluso un tufillo a hermanos Coen sobrevolando el ambiente, pero Bateman, Sudeikis y Day (especialmente este último) dotan a sus criaturas de una humanidad que en los hermanitos no abunda. Hay mucho humor físico en esta segunda parte y esto, que parecería una salida facilista al retrato descarnado del comienzo, no es más que algo funcional a lo que Quiero matar a mi jefe dice en su epílogo. Y es que, señala explícitamente, en este mundo de tiburones resulta casi imposible cambiar las reglas del juego: quien pueda hacerlo lo hará duplicando la apuesta, será un extorsionador. Sino el poder nos devora o nos convierte en eso que odiamos. Puede sonar cínico o deshumanizado, pero es totalmente coherente con los personajes: al fin de cuentas Nick, Dale y Kurt no sólo son torpes -lo de menos- sino también oportunistas, acomodaticios, lascivos, imprevisibles. Si todo esto no convence, todavía Quiero matar a mi jefe tiene para ofrecer grandes chistes y notables actuaciones. Una comedia por demás interesante.