Quiero bailar con alguien

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

La vida de músicos que terminaron mal, que sufrieron la muerte por distintos motivos de manera temprana e inesperada, son un terreno fructífero para hacer películas biográficas. Le suman, claro, las canciones que fueron hits, y el combo suele funcionar. Historias de vida que merecen ser contadas. Y la de Whitney Houston, no cabe ninguna duda, es una de ellas.

Pero, y en Quiero bailar con alguien hay más de un pero, todo o casi todo se pierde, se desvanece, se desdibuja. Pese a la actuación de Naomi Ackie, que igual que sucedía con Rami Malek haciendo de Freddie Mercury en Bohemian Rhapsody, a veces se escucha su voz, aunque principalmente se oye la de Houston.

La londinense Naomi Ackie (fue Jannah en Star Wars: El ascenso de Skywalker) cumple con lo que tiene que hacer. Interpreta, y copia y replica los gestos, los movimientos de Whitney casi a la perfección. También el estilo de actuación de Houston. Nada que reprocharle.

Pero dirigida por Kasi Lemmons (Harriet, en busca de la libertad) todo termina en una superficialidad que alarma. O mejor, que aburre, que en realidad es peor.

Están las canciones más emblemáticas de Whitney, con temas como Greatest Love of All, I Will Always Love You y, por supuesto, I Wanna Dance with Somebody.

Biografía con canciones
Y como es una biografía, arranca con Whitney de pequeña, resaltando en el coro de una iglesia en Nueva Jersey, bajo la atenta mirada de su madre, Cissy (Tamara Tunie). Veremos cómo el productor discográfico Clive Davis (Stanley Tucci, algo desdibujado está el actor de El diablo viste a la moda y Los juegos del hambre) la descubre y de manera astronómica se convierte en estrella.

Están su matrimonio con el artista de R&B Bobby Brown (Ashton Sanders) y también lucha contra la adicción a las drogas. Sabemos que esto último no terminó bien. No spoileamos nada: Whitney Houston murió a sus 48 años en una bañadera de un hotel, en 2012.

A la película también le juega bastante en contra la extremadamente extensa duración: son dos horas y 24 minutos de más de lo mismo.

Sí la directora consigue algunos buenos momentos, como la recreación del videoclip de How Will I Know, y la famosa interpretación de Houston del himno de los Estados Unidos en el Super Bowl de 1991, no se entiende por qué hay tan poco de El guardaespaldas (una sola imagen de la película, repetida dos veces). Será cuestión de derechos, así como desde la platea tenemos derecho a patalear.

Por eso es mejor, para los fans de Whitney, buscar los documentales Whitney: Can I Be Me, de Nick Broomfield, y Whitney, de Kevin Macdonald, el director de El último rey de Escocia. Están las canciones, hay buenas reconstrucciones y, sobre todo, una síntesis que Quiero bailar con alguien no se encuentra en ningún momento.