Quiero bailar con alguien

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Éxito, deporte de contacto

Whitney Houston, suerte de reinterpretación en clave ochentosa y extremadamente radio friendly del soul, el funk y el rhythm and blues de divas previas como Aretha Franklin, Etta James, Roberta Flack, Diana Ross, Gladys Knight, Patti LaBelle y la gran Chaka Khan, comenzó su carrera en la música grabando y actuando en vivo al servicio de su progenitora Emily “Cissy” Houston, otrora miembro de The Sweet Inspirations, legendario grupo de coristas góspel que trabajó para Elvis Presley, Jimi Hendrix, Solomon Burke, Van Morrison y la misma Franklin, una amiga de la familia desde siempre. La cantante es fichada en 1983 por Clive Davis, el fundador y presidente de Arista Records, después de verla actuar en un club nocturno neoyorquino y ambos dedican la friolera de dos años para pulir el producto y eventualmente presentar al público el mítico debut discográfico solista en cuestión, Whitney Houston (1985), un popurrí de baladas, pop y rhythm and blues típico de la época que se repetiría como fórmula ganadora en ocasión de la segunda placa, bautizada simplemente Whitney (1987), un par de trabajos que efectivamente funcionarían como las obras maestras primigenias de la mujer y que le darían el récord de siete “números uno” seguidos en el todopoderoso chart estadounidense, desplazando a los seis anteriores compartidos por The Beatles y los Bee Gees. La popularidad de turno no sólo se explica por su vozarrón, siendo una soprano spinto, sino también por la heterogeneidad de su público multitarget, su talento para las modulaciones melodramáticas y ese minimalismo formal de base ya que, de hecho, su principal “arma escénica” era el canto mientras que el grueso de las superestrellas de los 80 y 90 dependían muchísimo de las coreografías, la vestimenta, el maquillaje, las coristas, los videoclips, la pompa pirotécnica de los recitales y la producción ultra adornada de las grabaciones de estudio. La gloria comercial, una que le ganó acusaciones de “venderse” al público blanco, pronto trepa a niveles gigantescos en ocasión de sus dos placas siguientes, la mediocre I’m Your Baby Tonight (1990), un intento de adaptación al new jack swing en boga, y la rutinaria The Bodyguard: Original Soundtrack Album (1992), banda sonora de su gran debut como actriz, El Guardaespaldas (The Bodyguard, 1992), film de Mick Jackson.

Houston, que para entonces ya tenía una generosa experiencia como diva, definitivamente tomó nota del éxito internacional gigantesco de El Guardaespaldas, con un guión bastante bobo de Lawrence Kasdan, y especialmente de I Will Always Love You, cover soul de una canción de 1973 de Dolly Parton que se terminaría transformando en su himno y principal “carta de presentación” ante el ecosistema global. Como suele ocurrir en estos casos, la cúspide de popularidad coincidió con el inicio del lento colapso psicológico de la vocalista, uno que ocultó retirándose de la música durante largos ocho años para rodar tres películas más, léase las asimismo flojísimas Laberinto de Pasiones (Waiting to Exhale, 1995), de Forest Whitaker, Como Caído del Cielo (The Preacher’s Wife, 1996), de Penny Marshall, y Cenicienta (Cinderella, 1997), obra de marco televisivo de Robert Iscove, a lo que se sumó el nacimiento en 1993 de su única hija, Bobbi Kristina Brown, producto del matrimonio de 1992 con Bobby Brown, éste a su vez ex cantante de la “boy band” New Edition, aquellos refritos ochentosos de The Jackson 5, y por entonces gozando de los últimos coletazos de una fama vinculada a su segundo disco solista en línea con el new jack swing, Don’t Be Cruel (1988), y a sus aportes para el soundtrack de Los Cazafantasmas 2 (Ghostbusters II, 1989), secuela deslucida de Ivan Reitman. Houston disfrutaría de un regreso más o menos digno con el bien hiphopero My Love Is Your Love (1998), no obstante luego derrapa con un desparejo intento de repliegue hacia aquellas raíces soul, Just Whitney (2002), y un disco ya impresentable de canciones navideñas, One Wish: The Holiday Album (2003), etapa de decadencia que comenzó en los 90 y cubre abortos espontáneos, anorexia, muchas peleas con Brown, arrestos, conciertos cancelados, comportamiento muy errático, un reality show –Being Bobby Brown, del 2005- y la pérdida de su poderío vocal por su adicción al tabaco, el alcohol, la marihuana, las pastillas y la cocaína. Luego de un álbum final intrascendente, I Look to You (2009), es encontrada ahogada en 2012 a los 48 años en la bañera de un hotel de Beverly Hills, episodio que fue considerado un accidente por la justicia estadounidense y atribuido a una combinación de cocaína, marihuana, Xanax y un trastorno cardiovascular.

Siguiendo la estela de biopics musicales recientes de alto perfil, esa de Bohemian Rhapsody (2018), de Bryan Singer, Rocketman (2019), de Dexter Fletcher, Respect (2021), de Liesl Tommy, y Elvis (2022), de Baz Luhrmann, Quiero Bailar con Alguien (I Wanna Dance with Somebody, 2022), opus dirigido por Kasi Lemmons y escrito por Anthony McCarten, intenta analizar la figura de la malograda Whitney, cuya hija por cierto también se ahogaría en una bañera en 2015 a los 22 años de edad aunque por una neumonía lobar y la ingesta de drogas varias, a lo largo de casi dos horas y media de metraje que no sólo resultan sosas, esquemáticas y excesivas sino que no consiguen echar demasiada luz sobre el misterio que encierra la personalidad de la cantante, en esencia una mujer con un talento vocal enorme pero algo anodina y jamás preocupada del todo por crear una imagen íntima como artista a nivel de las canciones elegidas para interpretar, la enorme mayoría de ellas intercambiable, compuesta por terceros y en sus registros concretos de estudio sin los floreos exquisitos de las actuaciones en vivo, temas en los que improvisaba y sorprendía al público de sus shows. La actriz inglesa Naomi Ackie, conocida por sus participaciones en Lady Macbeth (2016), de William Oldroyd, Yardie (2018), de Idris Elba, Star Wars: El Ascenso de Skywalker (Star Wars: The Rise of Skywalker, 2019), un bodrio de J.J. Abrams, y las series The End of the F***ing World (2017-2019), creada por Jonathan Entwistle para Channel 4, y Small Axe (2020), del querido Steve McQueen para la BBC, es la encargada de componer a la cantante y cumple con dignidad aunque, como decíamos antes, la propuesta no consigue construir una identidad firme para una Houston que parece tironeada por las personalidades dominantes de Robyn Crawford (Nafessa Williams), una amiga/ asistente/ hermana postiza/ amante de la etapa inicial, Brown (Ashton Sanders), aquí bastante inocuo en comparación con la realidad, y sus padres, Cissy (Tamara Tunie), principal responsable de su educación musical, y John Houston (Clarke Peters), otra influencia demagógica y autoritaria que se convirtió en su manager por muchos años, amén de un Davis (el excelente Stanley Tucci) que con su amistad de larga data también marcó el rumbo artístico y la vida de Whitney.

La obra de Lemmons, una actriz reconvertida en directora célebre por las apenas simpáticas Amores Divididos (Eve’s Bayou, 1997), Háblame (Talk to Me, 2007) y Harriet (2019), en sí repasa cada uno de los clichés del derrotero de Houston, clásica fábula de ascenso y declive pronunciado, no obstante el guión de McCarten, aquel de otras biopics infladas como La Teoría del Todo (The Theory of Everything, 2014), opus de James Marsh, Las Horas más Oscuras (Darkest Hour, 2017), de Joe Wright, Los Dos Papas (The Two Popes, 2019), del brasileño Fernando Meirelles, y la citada Bohemian Rhapsody, exagera el rol de Crawford en el despegue de la carrera de la estrella, aparentemente para apelar al público gay porque Robyn siempre fue una lesbiana convencida, y ofrece lecturas un tanto caricaturescas de las dos figuras paternas, ese Davis que le presenta las opciones musicales y pretende protegerla de sí misma y el otro, el progenitor biológico símil villano, que le consigue una renovación de contrato con Arista por cien millones de dólares para luego reclamarle ese dinero cuando decide echarlo por desastres diversos en su rol de administrador corrupto, despilfarrador y desalmado; además Quiero Bailar con Alguien desdibuja la relación con la hija, Bobbi Kristina (Bailee Lopes y Bria Danielle Singleton), e incluso desaprovecha la oportunidad de construir un melodrama hogareño lunático a partir del matrimonio con Bobby semejante a Tina (What’s Love Got to Do with It, 1993), recordada faena de Brian Gibson sobre otro vínculo romántico agitado, el de Ike (Laurence Fishburne) y Tina Turner (Angela Bassett), con la salvedad de que en el caso de los Brown los golpes por envidia eran mutuos. Desde ya que se agradece la música, pensemos por ejemplo en The Greatest Love of All, Home, If You Say My Eyes Are Beautiful, How Will I Know, I Wanna Dance with Somebody (Who Loves Me), I Will Always Love You, Why Does It Hurt So Bad, I Didn’t Know My Own Strength, I Loves You, Porgy, I Have Nothing y And I Am Telling You I’m Not Going, sin embargo el sustrato de “biopic oficial” higienizada del film le juega muy en contra por su carácter inofensivo y demasiado respetuoso para con Whitney, artista que necesitaba de un sello más aguerrido y honesto para desentrañar en serio el enigma detrás de tamaña voz…