Queen & Slim

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Tiempos enfermos, héroes involuntarios

En la querida tradición de las road movies criminales centradas en una evasión/ persecución más o menos cruenta e improvisada, un rubro del séptimo arte que incluye a películas tan memorables como Sendas Torcidas (They Live by Night, 1948) de Nicholas Ray, Vivir para Matar (Gun Crazy, 1950) de Joseph H. Lewis, Bonnie and Clyde (1967) de Arthur Penn, Ladrones Como Nosotros (Thieves Like Us, 1974) de Robert Altman y Thelma & Louise (1991) de Ridley Scott, hoy la implacable Queen & Slim (2019) nos ofrece un retrato de las múltiples crisis, delirios autoritarios y banalizaciones entrecruzadas de nuestros días mediante el caso de una pareja afroamericana (Jodie Turner-Smith y Daniel Kaluuya) que debe escapar de la ley luego de que el hombre tuviese que matar en defensa propia a un policía fascistoide y adicto al gatillo fácil (Sturgill Simpson) que le pegó un tiro a la mujer en la pierna dentro de lo que parecía ser una detención nocturna relativamente tradicional.

Esta ópera prima de Melina Matsoukas, toda una especialista contemporánea en videoclips para el segmento pop y soul del mercado musical estadounidense, arranca con una primera cita inocente entre Queen (Turner-Smith) y Slim (Kaluuya), quienes de inmediato deben sobrellevar el desconocimiento mutuo -o mejor dicho, deben conocerse en las peores circunstancias imaginables- cuando un loquito con placa los obliga a parar con su auto por un mínimo movimiento brusco de volante y así todo deriva en el deceso del oficial y en la necesidad de evadir la captura si no quieren pasar el resto de sus vidas tras las rejas. Pronto surge la idea de ir a la casa del tío de la fémina, Earl (Bokeem Woodbine), un proxeneta rodeado de bellas putas negras que vive en Nueva Orleans, con vistas a pedirle ayuda para lo que eventualmente se convierte en el objetivo de volar desde Miami hacia Cuba, ya con diversos delitos a cuestas por parte del dúo como un secuestro y algún robo a mano armada.

La premisa de base del guión de Lena Waithe, de amplia experiencia televisiva, puede generar aceptación o rechazo dependiendo de cada espectador y su disposición a tomar como válida la fuga de por sí, ya que para algunos puede ser que la pareja esté exagerando un poco (especialmente considerando que el patrullero del policía tenía una cámara que grabó todo el episodio y en la praxis los exonera de culpa) y otros tantos pueden opinar que todo se condice de hecho con los consejos certeros que ella le da a él sobre ese “qué hacer a continuación” (Queen es abogada criminalista y sacó a Earl de la cárcel por matar a la madre de la mujer accidentalmente al empujarla, en esencia la hermana del asesino, lo que generó que conozca de primera mano cómo funciona el sistema legal en casos extremos). Los imprevistos del camino imponen paradas por falta de gasolina o desperfectos técnicos de los diferentes vehículos que llevan a la dupla a encontrarse con varios personajes que los asisten y ponen en perspectiva su estatus de héroes populares involuntarios por haber reventado sumariamente al policía que los detuvo e intimidó, un sueño de cualquiera que haya padecido el incesante acoso de cualquier fuerza pública en estos tiempos enfermos donde el Estado se transforma una y otra vez en un agente de represión y de garantía de poder para los sectores más desalmados, dementes y pauperizadores del capital privado.

Matsoukas se excede en el metraje pero construye una epopeya cargada de un espíritu indie muy honesto que respeta el acervo psicológico de los protagonistas desde un preciosismo lírico en el que no se siente forzada la esperable relación romántica entre estos dos forajidos reconvertidos en emblemas de una contracultura incipiente cansada de los atropellos de las autoridades. Si bien ya conocíamos el talento de Kaluuya, visto en Sicario (2015), ¡Huye! (Get Out, 2017) y Viudas (Widows, 2018), aquí la sorpresa es una Turner-Smith que no había tenido muchos trabajos en cine, ahora destacándose de manera muy marcada en una realización que también incluye pequeñas participaciones de Chloë Sevigny y Michael Peter Balzary -alias Flea de los Red Hot Chili Peppers- como un matrimonio que también ayuda a Queen y Slim, amén de ese gran desempeño por parte de Woodbine como Earl. Más allá de sus comentarios sociales sobre la explotación mediática de las figuras cercanas al clamor popular y el carácter casi siempre homicida y corrupto de la policía, el film nos regala escenas muy interesantes como la del bar, en la que la concurrencia los reconoce y aplaude, y aquella del montaje paralelo entre el dúo teniendo sexo y una protesta inspirada en ellos que deriva en un muchacho, Junior (Jahi Di’Allo Winston), el hijo de un mecánico que los auxilió (Gralen Bryant Banks), fusilando de sopetón a un oficial a quemarropa…