Que todo se detenga

Crítica de Gustavo Castagna - A Sala Llena

EL ESCÉPTICO

Baraja va y viene. Se snifa cada dos por tres, lee, escribe, es escritor, su madre se está muriendo, intenta retornar con su pareja, se encontrará con un amigo, trabaja en una revista como free lance, un turbio vecino le propone un toco y me voy (y todo lo que se pueda imaginar) sexual y sin contemplaciones, su casa está iluminada tenuemente, se encontrará con la hermana que le informa de la enfermedad de la madre de ambos, saldrá a andar con el auto, cenará o algo parecido con un ex compañero de militancia al que encuentra paseando a su perro en una plaza.

Corte.

La extensa frase anterior condice con un estado de ánimo, un cuerpo y una mente que funciona a mil, la de Baraja (Gerardo Otero), cuarentón, sumergido en un montón de depresiones, embebido de escepticismo y desazón, por su trabajo, por los afectos, por la política, por la autoabandonada militancia en el peronismo.

Y se snifa una y otra vez.

Baraja es un personaje que duerme con los ojos abiertos y es la apuesta del director Juan Baldana (Los del suelo; Soy Huao; Arrieros) sobre la novela de Gonzalo Unamuno. Es el tipo que se mira al espejo y es una sombra, un fantasma de aquello que fue, el que se corrió de todo aquello que le interesaba, el que ahora intenta sin suerte armar un rompecabezas desde una nueva vida… donde aparece el pasado.

Ese pasado en Que todo se detenga está mostrado a través de flashbacks, con otro tipo de luz y decoración, con una madre protagonista, un padre pusilánime o algo parecido a eso, un pariente familiar digno de temer. Y ese chico silencioso, Baraja niño, en ese hogar particular.

Acá la película se hace bastante obvia, en esos retornos al pasado donde se subraya el presente del Baraja escritor, el del transparente escepticismo, el de la frustración cotidiana, el del actual apoliticismo. El que, por si fuera poco, acaso tengo una paternidad que resolver.

Este descenso a los infiernos de un personaje como el de Baraja tiene dos escenas clave que manifiestan los objetivos de la película, y por extensión, de la psiquis descontrolada de su personaje central.

Una de ellas refiere al encuentro con su hermana (María Canale, excelente actriz), instante breve pero contundente con Baraja disertando sobre cualquier tema y su hermana ubicándolo en el contexto de la madre de ambos. El otro es más extenso, con Baraja en silencio, sin comer y escuchando a su compañero de militancia (Alan Sabbagh), ahora en pareja con la mujer del escritor. Baraja interrumpe los monólogos del otro para ir al baño y darle otra vez a las fosas nasales.

En esas dos escenas se encuentran los polos opuestos pero complementarios de Que todo se detenga. En una, el afecto familiar que se perdió, y en la otra, la declinación del personaje por seguir participando en la política.

Dos escenas que suceden en ese presente sin control y no en aquellas que transcurren en el pasado que, por momentos, neutralizan las zonas rescatables que ofrece la película.