¿Qué pasó ayer? Parte 3

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

De la primera ¿Qué pasó ayer? a esta tercera y última parte cambiaron muchas cosas. Por ejemplo, el título dejó de ser pertinente, tanto el original como la versión local: ya no hay resaca (hangover) ni noche de juerga olvidada. También el equilibro de los personajes se modificó: el trío dejó de ser una unidad en la que Alan sembraba el desconcierto para convertirse casi en un unipersonal del personaje de Zack Galifianakis; Stu y Phil perdieron matices y ahora solo se limitan a rodear a Alan, a reaccionar frente a sus disparates. Como Galifianakis no puede sostener sobre sus hombros toda la película, el guión reparte el peso entre él y el chino Chow. Ahora que Stu y Phil parecen retirados de las aventuras descontroladas, Alan y Chow permanecen como un residuo de los impulsos de la primera película; ellos conservan algo de ese desquicio inicial y se resisten a abandonar su pasado alocado como si se tratara de un puesto de combate: es solo a través de ellos y de los desmanes que generan que la película consigue los materiales para su relato.

Ese relato, como en una buena cantidad de películas hollywodenses actuales, habla de la necesidad de madurar. Alan, con su locura y sus arranques impredecibles, debe ser curado, pero justo cuando sus mejores amigos (compañeros de fiesta ahora devenidos agentes de reeducación) lo llevan a destino, una trama de gángsters y robos los desvía del camino y los lleva por rumbos más cinematográficos. Se sabe que el cine americano cuenta siempre el mismo cuento de adaptación y que el final moralizante muchas veces es una excusa para mostrar un paisaje distinto (sí, en el final de Los rompebodas los protagonistas se casan, pero después de haber vivido a lo grande una historia de excesos, sexo libre y burla del matrimonio). Pero en ¿Qué pasó ayer? Parte 3 ya no queda nada para traficar en esa trama de lingotes de oro y brutales mafiosos orientales: los protagonistas tratan por todos los medios de cumplir con la misión que les encomienda Marshall solo para salvar a Dough, y nada más.

La película de Todd Phillips es terminal en varios sentidos, pero sobre todo en el hecho de correrse totalmente de cualquier cosa que se acerque a los excesos de las dos primeras. Stu y Phil están cansados, no quieren correr más peligros, y no hay nada de malo en eso, pero entonces se acaba esa tensión entre el plan que les reservaba la sociedad y sus propios deseos que la primera resumía en una salvaje despedida de soltero de la que nada recordaban. Lejos de la desconfianza con que observaban el matrimonio, ahora son ellos los que acompañan a Alan en su proceso de adecuación. Los personajes aceptan su destino mansamente, sin rebelarse, aunque tampoco tratan de convencernos de las bondades de su vida actual; la película tampoco resulta tan segura de su ideario, y por eso el asesino, loco y codicioso que hace Ken Jeong es perdonado y se lo deja ir solo con una enseñanza tímida acerca de los excesos que nada tiene que ver con los castigos que el cine le propina a los gángsters.

La comedia de Phillips es seria, el director se toma en serio a sus personajes y los construye cuidadosamente, más preocupado por los detalles que los definen que por el humor fácil. Por eso es que la película tiene relativamente pocos gags y muchos no alcanzan los picos de otras comedias; la comicidad de ¿Qué pasó ayer? Parte 3 trabaja los chistes y no los lanza a la pantalla hasta no tenerlos procesados del todo, y cuando lo hace los explota lo más que puede. Como ese chiste de Stu y Chow entrando a la mansión como si fueran perros: al comienzo, el gag apenas funciona, pero a medida que transcurre la escena y que el guión insiste, el humor crece. Lo mismo pasa al principio con la jirafa decapitada de Alan: hacen falta varios planos en los que no ocurre nada para preparar el terreno para la explosión que implica el corte de cabeza. De hecho, no debe ser casual que algunos de los mejores chistes se hagan con animales (también está la escena de los pollos de Chow), como si algo de la irreverencia de la primera se condensara toda en el acto ridículo de andar en cuatro patas y comer comida de perro o en el descabezamiento gratuito de una jirafa. En esos gags, con su fascinación casi surrealista y apenas disimulada por los animales, incluso a pesar de no buscar la carcajada (o quizás por eso mismo) permanece algo de la búsqueda de libertad de la primera película, cuando los protagonistas no sabían con seguridad lo que querían y todavía eran capaces de imaginar otra vida posible y de fabricársela como podían al menos por unos días.