Puente de espías

Crítica de Santiago García - Leer Cine

El hombre de pie

“Soy maestro. Enseño redacción en un pequeño pueblo llamado Adley, en Pennsylvania. Llevó once años en la escuela Thomas Alva Edison. Entreno al equipo de beisbol en primavera. Allá en casa, cuando le digo a la gente de que trabajo me dicen: “Sí, me lo imaginaba”. Pero acá parece ser un gran misterio. Así que debo haber cambiado. A veces me pregunto si habré cambiado demasiado y si mi esposa me va a reconocer cuando vuelva. Y si alguna vez podré hablarle de días como el de hoy. De Ryan no sé nada ni me interesa. No significa nada para mí. No es más que un nombre. Pero si por llegar a Ramelle y encontrarlo me gano el derecho de volver junto a mi esposa, entonces esa es mi misión.”

Capitán John Miller (Tom Hanks) en Rescatando al soldado Ryan (1998) de Steven Spielberg

Puente de espías cuenta la historia de un abogado de seguros, James Donovan (Tom Hanks), al que le dan la tarea de defender a un hombre acusado de ser espía soviético. Lo que empieza como una formalidad para demostrar que Estados Unidos es un país con un sistema más justo que el de la Unión Soviética termina convirtiéndose en algo más complicado al hacer Donovan su trabajo de forma profesional y seria, y no solo como un trámite. Luego se verá sumergido en una trama dentro del corazón mismo de la Guerra fría. El lector que no quiera saber nada sobre la trama antes de ver la película, deberá avanzar sabiendo ahora que en esta crítica se cuentan elementos importantes de la historia, incluso el final del film.

El cine Steven Spielberg es el más simple del mundo. Resulta casi incomprensible que exista alguien en el mundo que no se sienta cinematográficamente feliz al ver algo filmado por él. Porque más allá de los gustos, la destreza narrativa que Spielberg tiene lo sigue colocando en un lugar de privilegio en la historia del cine. Su cine se ve simple, pero es de una enorme complejidad. La frase citada arriba, parte clave de Rescatando al soldado Ryan, resume algunas de sus temáticas recurrentes, de sus obsesiones morales. La simpleza de las palabras que Miller les dice a sus soldados encierra una idea del mundo, una cosmovisión que hace que Spielberg sea también en ese aspecto un autor incomparable.

Puente de espías (Bridge of Spies) sigue la línea directa de La lista de Schindler, Rescatando al soldado Ryan, Munich, Lincoln. No por nada todas tienen un fuerte marco histórico. El Holocausto, el Desembarco de Normandía, la Masacre de Munich y la proclamación de emancipación durante el gobierno de Lincoln. Como un John Ford contemporáneo, recorre la historia y la ve con una perspectiva trascendente, completa, observa los hechos y reflexiona sobre ellos. Spielberg, como Ford, no es el director de moda, no es el nuevo vendedor de espejos de colores que cada dos o tres años aparece. En comparación con esos cineastas, Spielberg es tan superior que asombra. Ya no está de moda amar el cine. Mucho menos la ética clásica. Spielberg no idealiza el mundo, Spielberg es pudoroso, sobrio, respetuoso, y mucho más adulto que tantos autores de prestigio. Desde las épocas de John Ford, Howard Hawks y Frank Capra, los cineastas no efectistas, los que no se entregan a la sordidez o el escándalo, sufren una mirada obtusa y sin matices. No es cuestión de reclamos, es destacar que el cine sigue de pie y que es Steven Spielberg el mejor cineasta en actividad.

Cada elemento del montaje, cada encuadre, cada resolución visual lo siguen colocando a él en ese espacio único que es el de entender cómo se escribe el lenguaje del cine. No hay una duda, no hay una contradicción, no le tiembla el pulso visual en las dos horas y veinte minutos que dura Puente de espías. Sabemos perfectamente que los cineastas de trucos berretas llaman más la atención. ¿Cuántos cineastas a la moda pasaron mientras el mundo miraba con indiferencia a los grandes maestros clásicos? Lo mismo puede ocurrir hoy con Spielberg. Pero si abandonáramos la gramática del cine y nos concentráramos en el contenido, en los temas, ahí el director seguiría siendo el número uno. Spielberg tiene ideas, Spielberg tiene moral, tiene valores, tiene una mirada completa y sofisticada del mundo. Cree en algo, propone algo, defiende algo.

¿Y en qué cree Spielberg? En la frase citada de Rescatando al soldado Ryan Cree que quien asume la responsabilidad de su tarea, quien hace su trabajo, se gana el derecho a volver al hogar orgulloso y satisfecho. Un ejemplo es el plan final de Abraham Lincoln sereno, yéndose al teatro, en la biografía que Spielberg realizó sobre él. Esa es la imagen perfecta de la tarea cumplida. Lincoln ha logrado aquello por lo que entrará en la historia, pero por encima de todas las cosas, ha hecho lo correcto. Enfrentó con coraje y contra viento y marea todos los problemas que surgieron, resistió de pie, de forma estoica hasta cumplir su tarea. En ese caso se trata de un prócer, de alguien famoso, pero el capitán que busca a Ryan, el único hermano sobreviviente de cinco, es un simple maestro de escuela. Lo acompaña otro grupo anónimo de personas que ha decidido que deben ganarse su día realizando una tarea. Discuten la validez de rescatar a un soldado en una guerra en la que se pierden millones. Pero Miller les contesta con esa contundencia y esa convicción que hace que todos sigan adelante. A ellos se les asignó rescatar a Ryan, no al mundo. Como en la legendaria Fuimos los sacrificados de John Ford, ellos tienen un rol lateral, menos heroico a los ojos de la historia, pero definitivo en el orden moral. El anillo que los sobrevivientes del Holocausto le entrega a Oskar Schindler, con la famosa frase del Talmud “Quién salva una vida, salva el mundo” lo resume. El Capitán Miller, el abogado James B. Donovan, tienen una misión al costado de la historia, pero la realizan con esa convicción. Es su misión en la vida. Sí, es concretamente su misión, porque se las asignan, pero también es la metáfora del trabajo y la carga que nos ha sido asignada. Podrán ser famosos o desconocidos, pero gracias a lo que ellos hicieron, la humanidad se ha salvado. Lincoln dice “No solo por los millones ahora esclavos, sino por los millones aun no nacidos que vendrán”. Itzhak Stern le dice A Schindler: “Habrá generaciones por lo usted ha hecho”. También vemos a la familia del soldado Ryan, numerosa, acompañándolo a ver la tumba del Capitán Miller.

Miller ha hecho su trabajo, Donovan ha hecho su trabajo. Ryan se para frente a la tumba preguntándose si ha hecho su trabajo. “¿He llevado una vida digna? ¿He sido un buen hombre?” le pregunta a su esposa. Donovan, un abogado lejano a cualquier conflicto internacional, ha realizado una tarea extraordinaria. Le pidieron que salve a una militar, pero él salva a un militar y a un estudiante. Ha realizado un acto heroico más allá incluso del cumplimiento del deber. Ha puesto en riesgo su vida, se ha esforzado al máximo para ganarse el derecho a caer tendido, satisfecho, en el lecho de su dormitorio. Su familia orgullosa lo sabe héroe, su esposa conmovida ve el cuerpo agotado de su marido y siente una profunda felicidad. Qué vuelva de semejante misión con un portafolio en la mano, como un trabajador más, como alguien que se ha ganado su jornada lo hace a un más conmovedor.

Donovan siempre hizo lo correcto. Hizo lo correcto que lo convirtió en un paria dentro de su país, y luego siguió haciendo lo correcto convirtiéndose en héroe. A veces ser un héroe no otorga prestigio, a veces hacer lo correcto convierte a alguien en el enemigo del pueblo. Le asignan un caso y él lo hace bien. Sí, defiende a un espía soviético durante la Guerra fría, y eso hace que la opinión pública y sus colegas lo condenen. Pero si esa es su misión y es lo correcto, él lo hace. Luego ocupará el lugar contrario, y todos entenderán su grandeza. Bien podría no haber pasado esto último y Donovan seguiría siendo una persona extraordinaria. Su historia es recuperada por este film, pero tampoco es que sea una persona de gran fama. Se dice que es un personaje como los de Capra, pero ya es hora de decir que es un personaje como los de Spielberg. Hace más de cuarenta años que él viene realizando grandes films, ya no es necesario seguir comparándolo para darle grandeza.

“Quién salva una vida, salva al mundo” es una gran frase, pero Donovan cree en ella de verdad y por eso le salva la vida a un espía soviético. Ese espía es un hombre tranquilo, sereno, que realiza su trabajo de forma profesional y que no tiene fisuras. De una segura pena de muerte es salvado por Donovan y eso encadena una serie de hechos terminan salvando a un piloto norteamericano y a un estudiante, además de evitar mayores problemas entre ambos los países que se enfrentan durante la guerra fría. Rudolf Abel nunca pierde la compostura, ni cuando está a punto de ser enviado al cadalzo ni cuando regresa a su país con serias posibilidades de ser recibido como un traidor aun sin serlo. Donovan le pregunta una y otra vez porque no se altera, ni se pone nervioso ni se enoja. Y Abel siempre contesta “¿Ayudaría en algo?”. Esa serenidad, esa seguridad, ese aplomo de quien entiende las cosas atraviesa todo Puente de espías. También, claro, una enorme melancolía, como suele ocurrir con muchos films de la Guerra fría y del propio Spielberg. Y acá no hay nada de timidez ideológica. La película puede ser muy crítica de Estados Unidos pero deja muy en claro la diferencia entre los países que protagonizan el conflicto. Donovan cree en los valores que su país defiende y Spielberg también. Tal vez el propio país no los defienda siempre, pero no por eso son valores equivocados o menos valiosos. Una vez más, Spielberg muestra tener una mirada trascendente y abarcadora de la condición humana. No titubea a la hora de plasmar sus ideas porque está convencido de ellas. Y se enorgullece de sus personajes hasta el final. Qué además de eso es el mejor director del mundo, eso es algo que al menos yo creo. Y su cine sigue siendo el mismo. Fácil de ver, fácil de disfrutar, con una fluidez narrativa que nadie ha tenido jamás, como un amor por el cine y un respeto por el espectador absolutos. Sigue siendo el único cineasta del mundo que siempre, pero siempre, parece hablarle a todos y cada uno de los espectadores directamente. Como los retratos que jamás dejan de mirarnos a los ojos no importa desde donde los veamos, el cine de Spielberg nos habla directamente a cada uno de nosotros, en cualquier tiempo y lugar que disfrutemos de sus increíbles películas.