Prometeo

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Prometeo viene a demostrar la robustez incombustible del universo Alien. No es casualidad que, después de Ridley Scott, por la serie hayan pasado grandes directores como James Cameron y David Fincher y algún otro del montón como Jean-Pierre Jeunet y que la calidad de las películas, más allá de sus búsquedas particulares, sea de buena para arriba (la cuarta, aunque respetable, es la menos interesante de todas). Tampoco lo es la enorme cantidad de productos que se alimentaron y alimentan todavía hoy de Alien: cómics, juguetes, videojuegos, incluso la obra artística de H.R. Giger (el diseñador de la primera) tuvo muchísima atención después de presentar su creación monstruosa, y todo eso sin contar el ya antológico cruce con la figura de Predator (que dio lugar, a su vez, a muchos otros cómicos, juguetes, videojuegos, etc).

La inteligencia de Scott pasa por saber aprovecharse del mundo creado por él mismo en Alien sin parasitarlo, tocando algunas de sus notas de manera siempre elusiva y entrecortada. Prometeo es una precuela que anuncia constantemente la presencia terrorífica de una criatura que no se nombra (no es conocida, al menos por los humanos que son los que hablan) y no se muestra hasta la última escena, pero la compañía de un androide servicial y amenazante, una nave gigantesca de atmósfera aséptica que contrasta con sus pasillos largos y siniestros, las imágenes de criaturas chorreantes que incuban crías mortales; todo eso alcanza para construir el clima característico de Alien. Justamente, por que la estrella que se espera ver la constituye la salvaje y furiosa máquina de matar extraterrestre, es que Scott no genera demasiado suspenso alrededor de los humanoides que los personajes llaman los “ingenieros”: uno de ellos aparece mostrado exhaustivamente al comienzo como diciendo que nuestra curiosidad no tiene que estar dirigida hacia ese lugar; el verdadero misterio se reserva para los aliens, centro silencioso del relato.

El hecho de recuperar la serie como clima en vez de historia (salvo por el nombre de Weyland, Prometeo no tiene ninguna conexión con el relato de las anteriores) es lo que ayuda a la película a sortear los problemas que aparecen sobre todo cerca del final, cuando los diálogos se vuelven torpes y surgen los grandes temas como la familia, la muerte, la culpa de la especie humana, etc. No importa que los personajes se vuelvan cada vez más unidimensionales, que el relato ate cabos de manera desprolija e inverosímil (el sacrificio final del capitán y sus oficiales) o que la historia se prolongue bastante más de lo debido. No importa porque el planeta que crea Scott es una roca desolada y gris (levemente azulada, como la primera Alien, Bladerunner y muchas de sus películas) que funciona a la perfección como escenario para su historia; porque el robot David es un personaje tan inquietante como llamativo (al igual que sus intentos finales por comunicarse con otros); porque el antepasado de la especie humana que van a buscar los protagonistas resulta ser un asesino ciego e implacable tan terrible como los aliens por venir. Los problemas del final no importan tampoco porque la misión espacial es una empresa de proporciones épicas y metafísicas, noble y turbia a la vez: detrás del viaje en busca del origen de la vida hay motivaciones ocultas por parte de Weyland, la sospechosa corporación que planea durante años la expedición y que podría querer traer especímenes de vuelta al planeta para utilizarlos con fines espurios).

Lo de Scott es casi una lección para todos los que se dedican a refritar personajes, series y películas. A Prometeo apenas si le cabe el mote de precuela; lo que hace el director es contar una historia marcada por sus temas recurrentes (como la relación entre ciencia y técnica o el deseo de conocer los mecanismos que producen la vida) y demostrar una vez más que tiene un pulso extraordinario para la confección de climas; su película se sostiene por sí sola sin necesidad de trazar vínculos con las otras.