Profesor Lazhar

Crítica de Javier Porta Fouz - La Nación

En un colegio de Montreal, en invierno, un chico llega a su aula antes que todos los demás porque ese día él es el encargado de llevar los cartones de leche. Y encuentra a su maestra muerta. Profesor Lazhar comienza con un suicidio, pero ése no es su tema. Es su punto de partida para abordar los efectos de este hecho en una comunidad educativa, en las relaciones entre los alumnos, entre ellos y los maestros, y también para acercarse a la vida de un inmigrante y a algunas otras cosas. El abordaje de temas y personajes por parte del director y guionista Falardeau ( Congorama ) es respetuoso y pudoroso, pero no frío: las emociones emergen con la fluidez proveniente de una narrativa segura en su forma, pero que no se basa en sentencias firmes, en ideas preconcebidas sobre las diversas actitudes. Profesor Lazhar logra que los personajes parezcan conflictivos, complejos, cambiantes, vivos en definitiva.

Como reemplazo de la maestra muerta se ofrece espontáneamente para el puesto Bachir Lazhar, argelino. Y comenzará a enseñar, es decir, a tener dificultades: la enseñanza primaria es mayormente lidiar con dificultades a gran velocidad, y la recompensa por un trabajo arduo y bastante ingrato quizá tarde en aparecer, pero cuando lo hace suele ser tan genuina e intensa que justifica todas las penurias vividas. Lazhar debe, además, lidiar con dificultades adicionales: los distintos modos, las inflexiones, las costumbres y el punto de partida luctuoso de su grupo de alumnos de 11-12 años. El francés que se habla en Quebec no es el mismo que el de Argelia, la comida tiene poco en común y las maneras de relacionarse no son iguales. Pero Lazhar es una persona perseverante. La película también, y así convence, con notables logros en el retrato de los pequeños gestos de la diferencia sin necesidad de ponerse didáctica, y aun con mejores logros en las actuaciones de los chicos, especialmente en el caso de Sophie Nélisse, una niña al borde de la adolescencia con un rostro y unos ojos (siempre los ojos son de vital importancia en el cine) de expresividad inmediatamente eficaz y fuertemente fotogénica, y que nunca se contagia de la sobreactuación del protagonista.

La performance del argelino Fellag, actor de larga trayectoria en teatro, debilita la naturalidad y el verosímil del relato y se constituye en el peor defecto de la película: pocas veces exacto, casi siempre con gestos de más (en cantidad, pero sobre todo en intensidad), no parece confiar en la existencia del primer plano y en su poder de amplificación, y al enfatizar su trabajo hace chocar las convenciones actorales del teatro con las del cine. Aun con ese importante defecto, Profesor Lazhar es uno de esos estrenos tardíos (la película tuvo su premier en la edición 2011 de Locarno) que aportan, con poco ruido, variedad y calidad a la cartelera.