Preciosa

Crítica de Diego Maté - Cinemarama

Preciosa es una película miserable porque se regodea en el sufrimiento y la humillación de su protagonista. Para Daniels pareciera no haber límites en cuanto a qué se puede contar y cómo hacerlo, y su película es una seguidilla de golpes bajos que apuntan a la emoción fácil y calculada. Como muchas otras películas que buscan el impacto en lugar de la reflexión, en Preciosa todo es contraste grueso y agresión hacia espectador. La fotografía saturada, la cámara en mano, el exceso de primeros planos, las puteadas repetidas y subrayadas, las imágenes reiteradas de una nena con síndrome de Dawn, la antítesis tosca que surge cuando se comparan los padecimientos de Clarise (Preciosa) con sus fantasías de convertirse en una estrella pop o los ataques sorpresivos que recibe de parte de su madre, todo está dispuesto para generar conmoción y shock. Lo increíble es que, incluso con esta batería de recursos deleznables, Preciosa es una película con un universo propio que de a ratos parece resistir estoicamente los embates de la puesta en escena de Daniels. La misma Preciosa es el estandarte de esa resistencia: su cuerpo, nunca o muy pocas veces visto en cine, es una geografía cinematográfica nueva que invita a ser recorrida por primera vez. Sobre todo en los momentos de descanso, cuando Clarise camina por la calle: allí el suyo es un físico que se separa del de los demás, que genera curiosidad y hasta impone un cierto respeto. El resto del tiempo, Preciosa es más o menos la historia de las múltiples violencias que pueden aplicarse sobre un cuerpo, ya sea cuando es golpeado por su madre, por los chicos en la calle, violado por su padre, herido por el nacimiento de un hijo o amenazado por el sida. Poco hay para rescatar fuera de Gabourey Sidibe, que interpreta a Preciosa: quizás también el paisaje de Harlem, que de alguna manera la fotografía brillante y granulada ayuda a realzar en toda su miseria y podredumbre, tornándolo el espacio vital perfecto para servir de telón a las caminatas de Clarise. Lo que queda son estereotipos exagerados y reconocibles (la maestra Rain es la profesional abnegada, prolija y exigente que cree en sus alumnos; Joann la chica hueca y pretendidamente sofisticada que quiere ganar mucha plata), las apariciones “premiables” de Mariah Carey y Lenny Kravitz, y un villano memorable: la madre de Preciosa, que en una película de género, sin aspiraciones de verdad ni denuncia como la de Daniels, podría llegar a ser un personaje delicioso, para la posteridad.

Preciosa es condenable moral y cinematográficamente porque no repara en los medios con tal de alcanzar su fin: la exhibición de una nena con síndrome de Dawn (cuya cabeza permanece forzadamente dentro del plano y cerca de cámara en una esquina del cuadro -la idea parece ser la de explotar su cara al máximo, que en esas escenas el espectador no la pierda nunca de vista), con el único objetivo de producir impacto, de conmocionar al público, es una falta ética grave, y ninguna explicación narrativa o de otra índole alcanza para justificar la decisión. Pero incluso con su falta total de pudor, Daniels se cuida de no ofender a su auditorio con una imagen que habría sido interesante ver: en las fantasías de Preciosa, ella aparece rodeada de lujo, glamour y éxito, siempre siendo ella misma. Sin embargo, en más de una ocasión Clarise dice que le gustaría ser flaca y de piel clara (Daniels le concede su deseo pero lo hace en una escena muy breve, cuando el espejo de Preciosa le devuelve la imagen de una chica rubia y delgada). Esta incoherencia, la de retratar los sueños de Clarise con su propio cuerpo y no con el que ella desea tener, me hace mucho ruido: ¿por qué un cineasta como Daniels, que no escatima en recursos con tal de golpear al espectador, no se atreve a mostrar a Preciosa como ella se imagina a sí misma, fuera de ese plano fugaz del espejo? ¿Cuál sería el problema de mostrar así a su personaje, si total ésta no es una historia de revalorización del cuerpo de la mujer como lo era, por ejemplo, Las mujeres verdaderas tienen curvas? ¿Será que semejante idea podría interpretarse como racista o discriminatoria? Lo cierto es que Daniels le niega a Preciosa la posibilidad de al menos inventarse a sí misma, y en esa negación se condensa como nunca todo el maltrato y la humillación que padece la protagonista durante la historia. La película pareciera decir: “te van a golpear y maltratar, te va a pasar una topadora por encima, pero con eso y todo no te vamos a dar la satisfacción de que te imagines como vos querés”. A Daniels se le cae la careta, y su pose de cineasta crudo y arriesgado se deshace en esa concesión a la corrección política: nena Dawn sí, pero gorda negra que se imagina flaca y rubia, no.